"Lady Bird" es un admirable debut directorial
La actriz y guionista Greta Gerwig da el salto a la silla del director con esta tragicomedia sobre los golpes de la adolescencia.
Para un latino de 37 años que ha vivido toda su vida en el mismo pedacito de tierra en el Caribe, las peripecias de una teenager blanca californiana en su último año de escuela superior ansiosa por mudarse a la costa opuesta del continente, pueden resultar prácticamente alienígenas. Esta suele ser la norma con muchos de los coming-of-age movies americanos, especialmente cuando se enfocan en las particularidades del ambiente en la high, que dista bastante de las realidades fuera de Estados Unidos. Donde la mayoría coincidimos es en ese espíritu de rebelión que brota de cada cual -exacerbando los conflictos paterno-filiales- y la aprensión que incrementa a medida que la gigantesca muralla de la adultez, con la que nos damos de golpe, ensombrece nuestro entorno.
Lady Bird no es solo el título de la ópera prima de la actriz y guionista Greta Gerwig, sino el nombre de su protagonista “given to me by me”, como asevera ante uno de sus maestros en medio de una audición. Su verdadero nombre es Christine McPherson (Saoirse Ronan), pero no se lo mencionen. La estudiante de colegio católico anda tras esa búsqueda de identidad que la lleva a probar de todo un poco, desde clases de teatro hasta cigarrillos artesanales, literatura y amistades, cualquier cosa que la haga ver cool. Su madre, Marion (Laurie Metcalf), quiere que se quede estudiando en Sacramento, pero ella sueña con mudarse a Nueva York, donde hay arte y cultura.
El libreto de Gerwig se compone de esas estampas del fin de la adolescencia que se quedan grabadas en la mente -la confesión de un amigo, el chico o chica con quien se perdió la virginidad, la noche del prom, la épica pelea con mamá-, momentos que captura con mucha autenticidad y nostalgia. La cálida y suave cinematografía de Sam Levy contribuye a esto último, obteniendo una estética que hace ver como si la película hubiese sido filmada en el 2002, y no solamente desarrollarse en ese año. A pesar de que ha indicado que no es un filme autobiográfico, Lady Bird se siente como un trabajo bien personal para la cineasta de 34 años -aun cuando todos lo son para quienes los realizan-, quien se crió en Sacramento.
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La episódica estructura del argumento logra que el cuarto año de escuela superior transcurra tan fugazmente como en retrospectiva se percibe -abonando a esa prisa por llegar a la adultez cuando no se tiene la más mínima idea de lo que esto significa- pero también hace el largometraje un tanto frívolo. Lo que lo sostiene, son sus actuaciones. La de Ronan, por supuesto, pero específicamente Metcalf, en una reveladora interpretación que no llama la atención a sí misma. Eso le toca a la joven actriz, por la naturaleza del personaje. El trabajo de Metcalf es más sutil, tan genuino que duele, encarnando a una madre trabajadora hastiada del día a día, pero comprometida con el bienestar de su hija, aun cuando esta tan solo sale en su defensa frente a sus amistades.
Ronan es, obviamente, la estrella, y Gerwig la retrata como una. La cámara la adora. La actriz de 23 años encuentra en Christi…, perdón, Lady Bird, uno de los mejores roles de su carrera, permitiéndole navegar todo tipo de emociones gracias a esas hormonas típicas de la adolescencia, que nos traen de la felicidad a la ira y a la tragedia de un segundo a otro. En ella recae establecer el vínculo con la audiencia, con que los problemas de la joven se conviertan en los problemas de todos, empatía que consigue sin que parezca un esfuerzo mayor. Ciertamente quienes alguna vez fueron jovencitas adolescentes tendrán una conversación más personal con el trabajo que aquí realiza Gerwig en un debut directoral que ha sido un tanto sobrevalorado, pero igual es digno de aplausos.