“Glass” frustra, fascina y decepciona simultáneamente
M. Night Shyamalan concluye su deconstrucción de los arquetipos de los cómics con el capítulo más débil de su trilogía.
Las películas más desechables de la filmografía de M. Night Shyamalan nacen de la copulación entre su masivo ego (inflado perenemente desde que lo declararon “el próximo Spielberg”) y la noción de que nosotros, el público, esperamos algo de él. Tras una desastrosa década artística que hubiera sepultado la carrera de la inmensa mayoría de los directores, Shyamalan sorprendió a sus fanáticos hace tres años -este servidor incluido- cuando nos expuso a una secuela de Unbreakable sin jamás dejarnos saber que la estábamos viendo. Fue el “Ultimate Shyamalan Twist”, el sorpresivo giro en los minutos finales que se convirtió en su estampa -y su principal muletilla- desde que irrumpió en el medio con The Sixth Sense veinte años atrás. Luego de esa mala racha en la que todo lo que tocaba producía un fracaso y su nombre se convirtió en un chiste, el éxito de Split en el 2016 elevó a la estratosfera el interés de lo que sería la conclusión de esta trilogía que comenzó en el año 2000. Se suponía que Glass fuera la remontada triunfal del cineasta. Desgraciadamente, es su filme más decepcionante.
Shyamalan no exhibe el más mínimo interés en adherirse a los requerimientos de la película de superhéroes convencional. Al contrario, hace todo lo posible por subvertirla, y esto es algo que se le admira.
Sin embargo, la decepción no es posible sin expectativas, y eso recae parcialmente en uno como espectador. No era para menos. Unbreakable es una de sus mejores películas, una fascinante deconstrucción de los arquetipos y convenciones de los cómics hecha en una época inimaginable en la actualidad. Parecería que fue hace un siglo, pero en plena transición milenaria, los superhéroes eran personas non gratas en Hollywood. El interés era nulo, y justo entonces, surfeando la inmensa ola de éxito y prestigio que le brindó The Sixth Sense, es que Shyamalan decidió lanzar un frío y pausado drama que exploraba las virtudes de los cómics, así como los héroes y villanos que luchan en sus páginas. Fue una movida osada que valió el respeto y la admiración de muchos. Glass no está exenta de los mismos riesgos -algunos incluso mayores- que se tomó ese mismo cineasta hace casi dos décadas, por lo que la experiencia de verla termina siendo un constante tirijala entre sus mayores dotes como director y sus marcadas limitaciones como guionista.
Shyamalan siempre ha sido un muy buen director -en ocasiones, incluso ha demostrado ser excelente-, pero su talón de Aquiles continúa siendo su incapacidad de convertir sus atractivas premisas en libretos coherentes y narrativamente satisfactorios. El cineasta comenzó a resbalar con Signs, largometraje que defiendo hasta el sol de hoy, aun con todos los saltos de lógica e ideas cocinadas a medias que afectan negativamente su desenlace, pero de The Village en adelante, fue evidente que el director y guionista se había bebido su propio Kool-Aid. Desde los forzados “twist endings” hasta su vergonzosa actuación como el frustrado autor, incomprendido por los viles críticos y destinado a escribir la historia que cambiaría el mundo en la patética Lady in the Water, Shyamalan dirigía como si tuviera algo que probar. Todo parecía indicar que su periodo de purgatorio realizando películas más pequeñas, como The Visit y Split, habían logrado sanar su abatido ego, pero este está de vuelta con venganza en Glass. Y como la está financiando él de su bolsillo, no hay nadie que pueda decirle "no" a sus peores instintos.
La primera señal de esto llega temprano enla cinta, cuando Shyamalan prácticamente detiene la acción para explicar sucameo como el mismo insignificante personaje que interpretó en Unbreakable y Split. Este es el único estorbo en lo que acaba siendo el mejoracto del filme, que inicia pocos meses después de la conclusión de Split. El psicópata “Kevin WendellCrumb” (James McAvoy), cuya veintena de personalidades producen una entidad confuerza animal conocida como “The Beast”, continúa aterrorizando las calles deFiladelfia secuestrando jovencitas, y a su acecho está el justicieroencapuchado “David Dunn”, encarnado por Bruce Willis entre dormidoy despierto. Ambos se enfrentan y terminan capturados por la doctora “EllieStaple” (Sarah Paulson), especialista en un trastorno mental que (trate de noreírse) lleva a las personas a creerse superhéroes.
“David”, “Kevin” y sus múltiples personalidadesson recluidos en una institución para ser evaluados junto a “Elijah Prince”,mejor conocido como “Mr. Glass” (Samuel L. Jackson), quien aparentemente llevala mayor parte de los 19 años desde su captura al final de Unbreakable en un estado catatónico. Y así arranca el segundo acto,con un Willis soñoliento, un Jackson que no habla y un McAvoy -el único miembrodel elenco que merece aplausos- haciendo gimnasia histriónica a través de másde una docena de actuaciones diferentes, los tres por separado en susrespectivos cuartos mientras son analizados por la psiquiatra. La trama bajo aun ritmo aún más lánguido durante este lapso, pero cualquiera que esperara algodiferente luego de ambas entregas que la anteceden, estaban entrando a la salaequivocada.
Glass no exhibe el más mínimo interés en sucumbir a los requerimientos de la película de superhéroes convencional. Al contrario, Shyamalan hace todo lo posible por subvertirla, y de haber continuado en esa misma línea, no me cabe duda de que habría dado con algo genuinamente novel e interesante. Los amplios trazos de esa asombrosa resolución se aprecian claramente en la exploración de los traumas, que lo mismo son capaces de producir paladines del bien como emisarios del mal, y la fabricación de universos -los mismos que ahora todos los estudios de cine quieren tener- colmados de personajes que nos entretienen a la vez que sirven como subrogados de un miedo, esperanza o idea. Y es por esto por lo que resulta tan frustrante ver a Shyamalan tan cerca de esa posible película que se le va completamente de las manos en los últimos 30 minutos.
La ejecución del tercer acto, que el propio filme anticipa en varias ocasiones como un explosivo encontronazo entre “Dunn” y “The Beast”, no podría ser más accidentada. Shyamalan continúa nadando en contra de la corriente en lo que a las expectativas que giran en torno a este tipo de historia se refiere, y eso se le respeta, pero la manera como decide concluir su tesis deja mucho que desear, cinematográfica y narrativamente. El diálogo se torna bochornoso y risible, los personajes pausan la acción para verbalizar los convencionalismos de los cómics a un público que a estas alturas ya está más que versado en ellos, y en lugar del clásico “Shyamalan twist”, hay una serie de ellos, disparados uno detrás del otro sin que ninguno dé en el blanco ni provoque el efecto deseado. En cuestión de minutos la película se viene abajo de una forma tan rápida y abrumadora que los créditos empiezan a proyectarse sin que aún hayamos logrado asimilar lo que acabamos de ver.
Esto, quizá, sea una virtud de Glass, y no un defecto. Necesitaré darle otro vistazo para ver si todo lo que se revela en el desenlace mejora el argumento o lo hace todavía más pretencioso y rebuscado. Sí cabe señalar que esta es la primera vez desde Signs que me nace el interés de volver al cine a ver un largometraje de Shyamalan, lo que debe ser indicativo de algo. Por ahora, el sentido de insatisfacción me acompaña, como lo ha hecho desde The Village con cada nueva película de este cineasta tan talentoso que no acaba de aceptar que su súper poder es dirigir, y que la redacción de guiones es su kryptonita.