“First Man” retrata la gloria y pena de Neil Armstrong
Damien Chazelle conquista con dianas la película espacial en este íntimo largometraje del legendario astronauta.
La filmografía del joven director Damien Chazelle está habitada por soñadores, hombres y mujeres determinados que persiguen sus pasiones hasta las últimas consecuencias. Es la fuerza que los impulsa obsesivamente, sin importar que esta raye en la locura -como ocurre con el virtuoso baterista de Whiplash- ni los sacrificios que tengan que hacer para cumplir con sus metas, así sea poner fin a un prometedor romance (La La Land). Determinación, obsesión, sacrificio y, sí, también algo de locura, son cuatro palabras que sirven para describir al protagonista de su nueva película, First Man, que plasma minuciosamente en pantalla la odisea que representó para Neil Armstrong convertirse en el primer ser humano en pisar la superficie de la Luna.
Chazelle, Singer y Gosling realizan un cautivante estudio de personaje que explora íntimamente las complejidades de los seres humanos, desde su fragilidad -tanto física, mental como emocional- hasta las maravillas de las que somos capaces cuando nos lo proponemos.
El material prueba ser un reto para Chazelle en su precoz y célebre carrera, pero que conquista con la misma maestría que lo caracterizado detrás de la cámara. Hasta ahora, sus personajes han sido jóvenes que se expresan efusivamente por medio de su arte. Aquí, se topa con un hombre conocido por su estoicismo, arisco ante la prensa y muy reservado tanto con sus emociones como con su vida personal. Ryan Gosling no es necesariamente ninguna de estas cosas, pero muchos de los papeles que ha interpretado sí lo son. Largometrajes como Drive, Only God Forgives y Blade Runner 2049 lo han consagrado como el Alain Delon de nuestros tiempos, un galán rubio de ojos claros que se encierra en roles emocionalmente distantes y de rostros inmutables. El día que alguien ose rehacer Le Samouraï, su nombre debería ser el primero en la lista de actores.
En su segunda colaboración con Gosling, Chazelle encuentra al artista idóneo para contar esta historia que traza una relación entre la gloria profesional y la profunda tristeza que marcó la vida de Neil Armstrong. El guión de Josh Singer -basado en la biografía escrita por James R. Hansen- incluso sugiere que la primera quizás no habría sido posible sin la segunda. Armstrong y su esposa, Janet, perdieron a su hija cuando solo tenía dos años a causa de un tumor cerebral. La tragedia sacudió a la familia, y Armstrong lidió con ella inscribiéndose en el programa espacial de la NASA. En su entrevista en la agencia espacial, le preguntan si cree que la pérdida afectará en alguna forma su desempeño. “Sería ilógico pensar que no”, responde parcamente el ingeniero aeronáutico. Podría decirse que llegar a la Luna se convirtió en su proceso de duelo, su manera de ignorar el dolor sumergiéndose en su trabajo.
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Partiendo de este lamentable suceso, First Man adquiere una naturaleza muy distinta a otras películas de su misma índole, como The Right Stuff y Apollo 13, en las que sus respectivas misiones son las que propulsan el argumento. Chazelle, Singer y Gosling realizan un cautivante estudio de personaje que explora íntimamente las complejidades de los seres humanos, desde su fragilidad -tanto física, mental como emocional- hasta las maravillas de las que somos capaces cuando nos lo proponemos. Estas virtudes se manifiestan tanto en los momentos más pequeños -como el intercambio de un beso a través de un cristal, o la caricia de un cabello- hasta las intensas secuencias en el espacio, que capturan mejor que ningunas otras antes vistas, la claustrofóbica sensación de estar atrapado en una de estas cápsulas metálicas y el terror de perder el control de estas.
La aportación del compositor Justin Hurwitz una vez más resulta indispensable en la propuesta cinematográfica del director, para quien la música siempre ha sido uno de los principales miembros del elenco..
No es que los astronautas exhiban el más mínimo rastro de pánico. Si algo deja claro el filme, es que hay que carecer del gen del miedo para poder pilotear una de estas máquinas. El director recurre a la cámara en mano y los close-ups para acercarnos, tanto al torbellino que ruge dentro de Armstrong, como a las tres misiones que marcaron hitos en su carrera. La película arranca con el vuelo del avión supersónico X-15, que rebasó los límites de la atmósfera de tal manera que rebotó en esta, y pudo haberse perdido en el espacio de no ser por los nervios de acero de Armstrong y su dominio del vuelo. También vemos el Gemini 8, misión que logró el primer acoplamiento exitoso de dos naves en órbita -hazaña esencial para poder llegar a la Luna, y la histórica Apollo 11. Chazelle permite que estas escenas transcurran a su ritmo sin mayor premura, dejando que la tensión innata en ellas haga su trabajo en poner a sudar al público.
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El acercamiento de Chazelle al material evoca por momentos a Kubrick -influencia perenne de todo cineasta que realice una cinta desarrollada en el vacío del cosmos- con sus danzas en gravedad cero al compás de la música, provista aquí por su fiel colaborador, Justin Hurwitz, el virtuoso compositor detrás de La La Land. First Man cuenta con una de las mejores bandas sonoras del 2018, con sublimes arreglos para arpa, arpegios orquestales que traen a la mente piezas del maestro Philip Glass, y -por supuesto- un vals. Desde 2001: A Space Odyssey, nunca puede faltar un vals en el espacio. La aportación de Hurwitz una vez más resulta indispensable en la propuesta cinematográfica del director, para quien la música siempre ha sido uno de los principales miembros del elenco.
A propósito del reparto, Claire Foy, la esposa de Armstrong, tiene a su cargo servirle de contrapeso a Gosling. Es decir, es quien puede articular física y verbalmente lo que su marido calla, y en este aspecto, cumple cabalmente con su propósito. Obviamente, Gosling es quien carga con el peso de la narrativa, y para ello se alza con uno de sus trabajos más destacados que se distancia muchísimo de aquellos mencionados anteriormente con los que guarda paralelismos únicamente en su carácter introspectivo. La pena de Armstrong, así como su inquebrantable determinación, le dan las herramientas para forjar una actuación multidimensional que expresa un mundo a través de silencios, gestos y movimientos minúsculos. La mejor prueba de la excelencia de su interpretación llega en el emocionante desenlace, ayudada por la manera como Chazelle elige presentarnos la secuela de uno de los mayores logros en la historia de la humanidad matizados por recuerdos de alegrías pasadas y tiempo perdido que jamás regresará.
Hay que dársela a Chazelle; el tipo sabe cómo acabar una película.