Secuela de “Fantastic Beasts” carece de magia
La segunda entrega de esta nueva serie en el universo de Harry Potter está falta de enfoque y emociones.
Tan pronto acabó Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald, me viré hacia el colega sentado al lado mío y le cuestioné incrédulo: “¿en serio van a hacer tres películas más de esto?”. La demanda, obviamente, existe. Hay millones de fanáticos de “Harry Potter” alrededor del mundo, y tanto la autora J.K. Rowling como el estudio Warner Bros., están más que dispuestos a cobrarles la taquilla. Mi pregunta provenía de una genuina desilusión por lo que acababa de ver, pues tras disfrutarme la primera entrega de esta nueva serie de aventuras en el “Wizarding World” -incluso más que la mayoría de los filmes del señor Potter-, esta secuela parecería indicar que apenas hay suficiente historia como para satisfacer una trilogía, mucho menos cinco largometrajes.
Más que un segundo acto de cinco, la película se siente como un extenso entreacto, estirado hasta más no poder, con profundas grietas en su estructura narrativa.
Ya sé, ya sé… “¿y quien se cree este para poner en duda el talento de la señora Rowling?”. Créame, que no lo hago. Si algo ha demostrado categóricamente la célebre escritora inglesa, es su asombrosa creatividad. Su don para fabricar fascinantes mundos y personajes produjeron un fenómeno comparable únicamente con Star Wars, transformando la cultura popular de manera indeleble. No es su imaginación la que cuestiono, aunque The Crimes of Grindelwald sugiere que quizás debería suprimirla, tan siquiera un poquito, y contener el impulso de añadir más personajes insustanciales que lo único que logran es restarles presencia a los que verdaderamente importan. Lo que cuestiono es su capacidad como guionista, ya que no es lo mismo escribir una novela que un libreto.
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Más que un segundo acto de cinco, la película del director David Yates se siente como un extenso entreacto, estirado hasta más no poder, con profundas grietas en su estructura narrativa. Contrario a cada cinta de “Harry Potter” -cada una partes individuales de un todo, pero con sus respectivas historias contadas en su totalidad-, la segunda parte de Fantastic Beasts parte de un superfluo misterio, le suma otro aún más rebuscado, y concluye resolviendo ambos de forma que no proveen satisfacción ni la sensación de que hubo algún avance en el arco mayor de la historia que se desea contar, una que -como suele ocurrir con las precuelas- carece de tensión dramática, pues tenemos una idea general de hacia dónde se dirige.
Desprovista de un intermediario entre su creación y la pantalla, Rowling tropieza de la misma manera que otras mentes brillantes lo han hecho al estar al frente de las visiones cinematográficas de sus obras.
La pregunta que cuelga sobre The Crimes of Grindelwald, aquella de la que pende prácticamente todo el argumento, es ¿quién es “Credence Barebone”?, el joven interpretado por Ezra Miller que en el filme anterior fue revelado como un “obscurus”, la violenta manifestación de la energía reprimida de un niño nacido de padres hechiceros. Como siempre, hay una profecía -sí, otra trillada profecía-, con interpretaciones opuestas. El Ministerio de Magia quiere capturar a “Credence” al considerarlo peligroso mientras que el villano “Gellert Grindelwald” (Johnny Depp, dando el mínimo esfuerzo requerido como la versión barata de “Voldemort”), lo ve como un tipo de mesías, una valiosa pieza en su cruzada de dominar al mundo junto a sus magos y brujas de sangre pura.
Entre las virtudes que se pueden encontrar en el largometraje, esta la pequeña contribución de Jude Law como el profesor “Albus Dumbledore”. No debe sorprender que la secuencia más memorable de la película sea una breve parada en Hogwarts, donde por un instante recordamos tiempos más simples y mejor enfocados. Law está perfecto en el papel, y esta película necesitaba más de él. “Dumbledore” le encomienda al zoólogo “Newt Scaramander” (Eddie Redmayne) que encuentre a “Credence” antes que el Ministerio o “Grindelwald”, y si me he tardado cinco párrafos en mencionar al protagonista de esta nueva serie, es porque la película también lo coloca a un lado. “Newt” es un héroe inusual, tímido y reservado, y eso es lo que lo hace especial, pero aquí es poco más que un pasajero en su propia aventura, un mero guía entre una escena y la próxima en las que ocurre poco o nada.
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Incluso con todo lo que parece estar en juego para estos personajes, el libreto de Rowling -el segundo de su autoría- carece de un sentido de urgencia. Rowling trama mucho, pero narrativamente avanza muy poco. El impulso hacia adelante es nulo, tanto así, que el desenlace -lejos de emocionante- gira en torno a un interminable discurso que acaba por desinflar la película. Su trabajo como guionista dista mucho de la eficaz introducción a este mundo que nos proveyó en la cinta del 2016. Al margen quedan sus dos mejores nuevos personajes -el “muggle” “Jacob Kowalski” y la bruja “Queenie Goldstein”- para introducir otros como “Leta Lestrange”, “Nicolas Flamel” y “Nagini”, nombres que serán familiares para los seguidores de “Harry Potter”, pero que aquí no componen absolutamente nada fuera de ser puro “fan service”.
Desprovista de un intermediario entre su creación y la pantalla, Rowling tropieza de la misma manera que otras mentes brillantes lo han hecho al estar al frente de las visiones cinematográficas de sus respectivos trabajos, como, por ejemplo, George Lucas. Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald no es un rotundo fracaso, pero su hechizo se desvanece rápidamente a media que avanza hacia su insatisfactorio final. Rowling siempre ha construido sus misterios como episodios de “Scooby-Doo”, con la típica escena final en la que se desenmascara al villano y… “¡ajá!”. La mayoría han sido predecibles, pero funcionan. Sin embargo aquí, ese momento, en lugar de sorpresa, lo que provocan es “¿ah? ¿qué?”. Ese es el problema con construir toda una película apostando al impacto de un cliffhanger. Más que avivar el interés por ver la próxima entrega, lo que inspira es a “googlear” en busca de respuestas. Les adelanto que no las hay.