"Deadpool 2" regresa con más de lo mismo (y eso es bueno)
La franquicia que revitalizó la carrera de Ryan Reynolds está conforme con ser el payaso de la clase.
Tu antihéroe colorado, bocón e inmortal favorito está de vuelta en Deadpool 2, tal y como lo recuerdas del exitazo del 2016 que -según él mismo nos recuerda- le arrebató el título a Mel Gibson cuando destronó a The Passion of the Christ como la película clasificada “R” más taquillera de todos los tiempos. La secuela no busca reinventar ni construir sobre lo que vimos en la cinta original, más que conforme con ofrecer otra ración “agrandada” de acción, chistes groseros y humor metatextual dirigido a sacarle punta a prácticamente todo lo que alguna vez ha estado “trending” en las redes sociales. A veces “más de lo mismo” es justo lo que uno quiere ver.
De más está decir que si usted no fue fan de aquel filme, no tiene nada que buscar en este. “Wade Wilson” continúa siendo el mismo idiota de siempre que no se toma absolutamente nada en serio, incluso cuando la película pausa para que parezca que está tratando de decir algo con la profundidad de un inodoro. La comedia es su norte; el humor fálico e irreverente, su arma preferida, y Ryan Reynolds demuestra categóricamente que este será el papel por el que será recordado. Brega con eso, “Van Wilder”.
En esta ocasión, Reynolds comparte crédito como coguionista junto a Rhett Reese y Paul Wernick -los libretistas de la primera película-, y aunque resulta imposible identificar quién escribió qué, la comedia sí se siente más puntiaguda e inmisericorde que en la entrega anterior. Nadie se salva, ni siquiera el propio actor, quien no tiene reparo alguno en auto-ridiculizarse (quédese durante los créditos para ver hasta dónde llega Reynolds a la hora de burlarse de sus fracasos profesionales). Los chistes son constantes y las risas rara vez dejan de escucharse, lo cual resulta idóneo ya que la trama -lo sé, “¿a quién le importa la trama?”- continúa siendo totalmente desechable.
Deadpool 2 pone a “Wade” a enfrentar sus instintos paternales cuando se topa con “Russell” -Julian Dennison, quien estuvo genial en el filme neozelandés Hunt for the Wilderpeople-, un jovencito que se encuentra internado en un reformatorio para mutantes. “Wade” entiende que él puede ser el guía que el muchacho necesita. Sin embargo, el viajero en el tiempo, “Cable” (Josh Brolin), no piensa lo mismo. Como todo un “Terminator”, el solado del futuro llega hasta el presente con la intención de matar a “Russell” para impedir que se convierta en el villano que será.
La combinación “Deadpool” – “Cable” es el principal acierto de la secuela. En su papel más cómico desde Inherent Vice, Brolin se divierte incluso cuando le toca ser el rudo y serio de la relación. Reynolds no podría ser más apropiado como su contraparte, al punto de que uno quisiera verlos hacer las paces y protagonizar un “buddy cop movie”. El reparto secundario no está nada mal, con Zazie Beetz -de la sensacional serie de FX, Atlanta- sobresaliendo como la suertuda Domino, integrante del equipo “X-Force” que ha figurado en el material promocional de la cinta. Abundar sobre cada uno de ellos caería en territorio “spoiler”, así que me limito a decir que “Peter” es quien se roba el show.
El director David Leitch logra que la acción esté a la par con la efectividad de los chistes, pero es de lo menos memorable, bastante por debajo de lo que lo vimos hacer en Atomic Blonde. Los efectos digitales jamás se comparan a la intensidad visceral que se consigue con las secuencias capturadas principalmente frente a las cámaras, aunque la naturaleza caricaturesca que “Deadpool” se beneficia de el artificio computarizado.
En tiempos cuando los superhéroes son la changa, “Deadpool” ocupa un lugar necesario entre la inmensidad del universo de Marvel y… lo que sea que Warner está tratando de hacer con DC (ambos se llevan aquí su agüita). Es la franquicia que no pide mucho y da de vuelta solo lo suficiente como para salir satisfecho del cine, complacida con ser el payaso de la clase. Siempre hace falta uno.