“Dark Phoenix” despide a los X-Men al son de ronquidos
La última entrega de la serie que comenzó hace casi 20 años no es el “adiós” que estos personajes merecían.
Las películas de superhéroes -y ni hablar de gran parte de las ganancias de múltiples estudios de cine- les deben mucho a los X-Men. Sin aquel primer filme del año 2000, la cartelera actual, así como la lista de los estrenos más taquilleros de la historia, no se vería igual. Fue X-Men la que sembró la primera semilla de lo que se convertiría en el fenómeno que por casi dos décadas ha trascendido las páginas de los comics y contagiado a millones de espectadores alrededor del mundo. Es precisamente por esa reverencia a estos mutantes pioneros que resulta tan penoso verlos concluir su franquicia cinematográfica con un producto tan ordinario como Dark Phoenix.
Mientras el resto de los largometrajes de esta índole las rebasaban -tanto en términos económicos como artísticos-, las secuelas de X-Men, irónicamente, jamás supieron cómo evolucionar. De todas las cintas que componen este universo (ahora propiedad de Disney), la única que dejó una impresión indeleble en el género lo fue Logan, y es fácil identificar por qué: contrario a todas las demás, esta no fue hecha por el mismo grupo de cineastas que han estado a cargo de ellas desde el inicio. Sin ignorar la historia establecida por los otros filmes, el director y guionista James Mangold se lanzó a realizar un western protagonizado por “Wolverine”, y lo mismo funcionaba dentro del contexto de la serie como fuera de esta, porque una buena película no debería depender de otras para ser efectiva.
Lo mismo no se puede decir de las demás, dirigidas en su mayoría por Bryan Singer y coescritas por Simon Kinberg, quien en Dark Phoenix hace su debut como director. Incluso cuando el estudio 20th Century Fox decidió darle “borrón y cuenta nueva” a los X-Men trayendo sangre nueva a través del cineasta británico Matthew Vaughn en First Class -la mejor entrega del equipo de mutantes, en lo que a mí concierne-, acto seguido regresaron al dúo de Singer y Kinberg con Days of Future Past, marcando un retroceso para la saga que quedó incuestionablemente en vitrina en la subsiguiente, la pésima X-Men: Apocalypse. Hoy, llega a los cines la más reciente prueba de este estancamiento en el pasado, al volver a contar el “Dark Phoenix Saga”, uno de los arcos más famosos de los cómics que ya habían desperdiciado anteriormente en X-Men: The Last Stand y que, por segunda ocasión, no logran hacerle justicia. Algo que muy bien pudo haber sido material para desarrollarse a través de una trilogía, se reduce nuevamente en otra trama sin sentido, contada de prisa y de la manera más soporífera posible.
El argumento se establece a principios de la década del 90 y todos los personajes se ven prácticamente igual que en las tres cintas anteriores, esto a pesar de que transcurrieron en los 80, 70 y 60. La continuidad nunca ha sido una prioridad en este universo. Mientras los superhéroes rescataban a unos astronautas en órbita alrededor de la Tierra, la telepática “Jean Grey” (Sophie Turner) absorbe una nébula que le concede unos poderes superiores a los de cualquier otro mutante, al mismo tiempo que la corroe. Resulta que hay una raza de extraterrestres -liderada por Jessica Chastain con peluca y cejas blancas, porque a eso se limita el nivel de creatividad expuesto aquí- que perseguía la nébula, por lo que el resto de los X-Men se ven en la encrucijada de defender al planeta tanto de la fuerza invasora como de su antigua aliada.
Si bien no es la peor película de los X-Men (ese honor le pertenece a X-Men Origins: Wolverine a perpetuidad), Dark Phoenix podría cargar con el título de la más aburrida. El libreto de Kinsberg, insípido y vacuo por demás, está tan falto de energía e inspiración como su dirección. No una, sino dos de sus principales secuencias de acción transcurren en una calle, la primera en un suburbio y la segunda en Manhattan, y cuál de las dos es más tediosa. Parecerá mentira, pero el punto de esta última es algo tan emocionante como ver cómo estos personajes consiguen cruzarla, y el elenco -por más talentoso que sea- no ofrece ninguna ayuda. Todos los actores -cuyos rostros expresan esa emoción tan humana conocida como “obligación contractual”- se paran en lados opuestos y dan el máximo por parecer que no preferirían estar en sus respectivos tráilers.
Cuando único Dark Phoenix parece sacudir el profundo sueño que impera sobre ella es durante el desenlace, ejecutado a bordo de un tren, no tanto por la puesta en escena, sino por las maneras cómo los mutantes se las ingenian para aprovechar sus poderes para el beneficio de todos. Y si usted logra mantenerse despierto hasta ese punto, quizás pueda ver esta secuencia e imaginar su lugar en otra mejor película, en la que la saga cinematográfica de los X-Men bajo 20th Century Fox se despide del cine sonoramente con un fuerte aplauso y no al son de ronquidos.