“Crazy Rich Asians” enamora con lo que la distingue
La comedia romántica es la primera producción en Hollywood en 25 años protagonizada por un elenco asiático.
Las minorías la tienen tan difícil en Hollywood, que cada nueva película que se “arriesga” a representarlas tiene que ser el “todo o nada” en su constante lucha por exigir mayor diversidad racial en el cine comercial. Crazy Rich Asians no puede ser solo otra comedia romántica, sino el filme del cual pende el futuro de toda la raza asiática en lo que a las producciones de estudio se refiere. Su fracaso en la taquilla tan solo serviría para reforzar la absurda percepción en la industria de que no existe público interesado en ver este tipo de película. Ningún largometraje debería tener que cargar con semejante responsabilidad. Pero Crazy Rich Asians no se estrelló en su fin de semana de estreno. Al contrario, le fue tan bien -tanto con la crítica como en la taquilla- que ya anunciaron la secuela, basada en el segundo de tres bestsellers del autor Kevin Kwan. Lo mismo ocurrió con Black Panther, Coco y otros exitosos filmes que se “arriesgaron” a colocar rostros de otros rasgos y colores en pantalla, a celebrar otras culturas, mas la narrativa que se construye alrededor de estos estrenos continúa repitiéndose en el nefasto ciclo noticioso. Bastará con que uno no cumpla con las expectativas para que los estudios digan “te lo dije”.
Por ahora, sin embargo, no tienen excusa.
Crazy Rich Asians no reinventa la fórmula del más trillado de los géneros cinematográficos. Sus influencias se componen de un popurrí de varios de sus pilares, desde las “comedias de modales” de Jane Austen (Pride and Prejudice) hasta los clásicos screwball comedies de la alta sociedad, como The Philadelphia Story. Los clichés más modernos tampoco se le escapan, pues no podía faltar el montaje musical en el que la protagonista se prueba distintos vestidos. Sí, el elenco asiático hace una enorme diferencia a la hora de aceptar todos sus convencionalismos como nuevos, pero son dos cosas en particular que distinguen a esta comedia romántica. Primero, es buena. Muy buena. Y segundo, el sentido de identidad que la arropa.
Su trama es la típica historia del chico o la chica (chica, en este caso) que tiene que ir a conocer a la familia de su pareja. Si esta situación por sí sola puede ser incómoda, imagínese cómo sería si dicha familia es una de la más ricas y antiguas de Asia, detalle que la protagonista “Rachel Chu” (Constance Wu) desconoce al aceptar la propuesta de su novio “Nick Young” (Henry Golding) de acompañarlo a la boda de su mejor amigo en Singapur. “Rachel” no sabe que va camino a la jaula de los leones, y que su puesto como profesora de economía de NYU podrá resultar muy impresionante en Estados Unidos, pero no en la estricta y tradicional cultura de allá, donde los deberes familiares van por encima de todo.
Las comedias románticas viven o mueren por la química de la pareja protagónica, y en este aspecto Chu y Young no podrían ser más perfectos el uno para el otro. A veces rayan en lo zalamero, pero ¿acaso no todos pecamos de lo mismo en esos primeros meses o años de relación? Chu es un absoluto encanto, agraciada con un personaje determinado e inteligente que no se ve forzado a recorrer los acostumbrados malentendidos de los que suelen surgir los chistes en esta clase de comedias. La carismática actriz sale airosa al irse de “tú a tú” con Michelle Yeoh, eminencia del cine asiático, que aquí interpreta a la mamá de “Nick” con una frialdad que intimida.
El libreto de Adele Lim y Peter Chiarelli nunca cae en lo cursi, incluso cuando navega las turbulentas aguas del melodrama familiar del cual surge tanto lo mejor como lo más débil de la película. La rivalidad entre “Rachel” y su posible suegra se presta para explorar los prejuicios que existen entre los asiáticos natales y aquellos que emigraron a Estados Unidos. El constante pulseo entre la ideológica “persecución de la felicidad” versus las responsabilidades impuestas por la tradición y la familia figuran en el corazón de la película. El director Jon M. Chu logra en perfecto balance entre este debate que propulsa la narrativa y la abrumadora extravagancia económica que la mantiene muy divertida, sobre todo cuando está en pantalla la artista Awkwafina, como la mejor amiga de “Rachel”, quien se gana muchas de las mayores carcajadas.
Lo que se queda medio crudo en el guión -y que contribuye a que el filme se extienda innecesariamente hasta las dos horas de duración- es una subtrama que gira en torno “Astrid” (Gemma Chan), la prima de “Nick” que enfrenta una infidelidad matrimonial. El manejo de esto no es muy diferente al que veríamos en una telenovela mexicana. Se siente fuera de lugar, aunque tengo entendido que es algo que se aborda con mayor profundidad en los próximos libros, así que quizás se justifique su inclusión cuando se adapte por completo la trilogía.
Repito: ninguna película tiene por qué tener sobre sus hombros el peso de la diversidad cultural y racial que debería ser el estándar de la industria. Si algo han probado estos “atrevimientos” es que, en efecto, sí hay un público sediento por ver otras caras en el entretenimiento comercial que consumen, escuchar otros idiomas, descubrir distintas culturas. Crazy Rich Asians demuestra que no hay que reinventar la rueda; basta con que otros la hagan suya y la echen a rodar a su manera en otras partes del mundo.