“Ant-Man and the Wasp” sirve un pequeño entremés
La secuela a la película del 2015 contiene justo la cantidad de entretenimiento necesaria, ni más ni menos.
En el Universo Cinematográfico de Marvel hay banquetes, platos principales y entremeses. Si eventos de la magnitud de Avengers: Infinity War son los banquetes, y blockbusters de la talla de Black Panther son los platos principales, Ant-Man and the Wasp sería un típico entremés, servido con una infusión “pasable” y bañado en una salsa de “no me aburrió”. No llena, pero tampoco deja un mal sabor en el paladar. Era de esperarse que la secuela al filme del 2015 se viese chiquitita al lado de los otros dos mencionados estrenos de Marvel del 2018, pero lo que sorprende es que también se sienta tan… minúscula (“pun intended”), al compararse con su predecesora.
Atrás quedó la novedad de la primera película en la que conocimos “Scott Lang” (Paul Rudd), el ladrón convertido en el superhéroe Ant-Man, cuyas habilidades se centran en poder encogerse al tamaño de una hormiga o crecer tan alto como un edificio. La segunda entrega del inusual justiciero posee un tono aún más relajado y despreocupado que el de la cinta anterior al centrarse en una simple misión de rescate con dos o tres inconsecuentes subtramas orbitando a su alrededor. Por supuesto que las conexiones al resto de universo están ahí, como el hecho de que “Scott” está bajo arresto domiciliario por combatir en Alemania en Captain America: Civil War, y si quiere saber cómo los hechos de Infinity War afectan a estos personajes, no se marche del cine sin ver los créditos finales. Pero por lo demás, Ant-Man and the Wasp existe dentro de su propia y pequeña burbuja.
Y así debería ser, ¿no? Eso fue uno de los principales encantos del largometraje original, el respiro que ofreció dentro de la cacofonía que a veces puede ser esta popular serie fílmica. Esta vez, sin embargo, la susodicha burbuja resulta mucho más liviana, sin peso alguno y con muy pocas cosas en juego. El objetivo de “Scott” continúa siendo desarrollar la relación con su hija tras perderse gran parte de su infancia, y a tres días de cumplirse su sentencia, lo único que él quiere es estar en su casa, jugar videojuegos y portarse bien para que le quiten el grillete electrónico. Si tan solo fuese tan fácil.
Como bien recordará -y si no, aquí le va este “previously, on Ant-Man”-, “Scott” logró escapar del mundo subatómico conocido como el “Quantum Realm” al final de Ant-Man. Treinta años antes, “Janet Van Dyne” (Michelle Pfeiffer) -esposa de su mentor y otrora “Ant-Man”, “Hank Pym” (Michael Douglas)- no tuvo esa misma suerte cuando se achicó demasiado durante una misión como la heroína “The Wasp”. “Pym” y su hija, “Hope Van Dyne” (Evageline Lilly), la habían dado por muerta, pero el viaje de ida y vuelta de “Scott” a este lugar revela en este filme que “Janet” solo ha estado perdida ahí adentro durante todas estas décadas. Ahora, estos brillantes científicos -y “Scott Lang”- solo tienen que concretar un plan para rescatarla.
En síntesis, esa es la trama de Ant-Man and the Wasp, una que transcurre sin mucha urgencia, fuera de las maneras que “Scott” tiene que arreglárselas para salir de su casa, realizar sus hazañas y regresar a su hogar antes de que el FBI se percate de que no está en él. De ella se desprenden otros hilos narrativos, entre ellos dos cuasi villanos que persiguen el mismo McGuffin: uno interpretado por Walton Goggins como el dueño de un restaurante/traficante de armas que desea robar el laboratorio portátil de “Hank Pym”, y la otra encarnada por Hannah John-Kamen como “Ghost”, una mujer con la capacidad de atravesar la materia que, también, quiere el laboratorio del señor “Pym”. Michael Peña, quien regresa como “Luis” -el excompañero de celda de “Scott”-, ve reducida su contribución humorística, pero tenga por seguro que cada vez que sale en pantalla, el actor hace que cada segundo cuente.
Peyton Reed vuelve a tomar las riendas de la dirección y, en general, realiza un trabajo promedio. Las secuencias de acción no exhiben el mismo ingenio de la primera vez, como la secuencia sobre el tren de juguete, algo que no me cabe duda fue producto del libreto de Edgar Wright antes de que abandonase el proyecto por “diferencias creativas”. Aquí quien brilla es Evangeline Lilly como la nueva “Wasp”. Conceptualmente, sus escenas son las más inspiradas, y en términos de desarrollo emocional, es el único personaje con un arco narrativo completo. La película debió ser exclusivamente de ella, o al menos imaginada como The Wasp and Ant-Man, con ella en primer plano, pero aun detrás de “Scott”, “Hope” sobresale con facilidad. El talento de Pfeiffer, lamentablemente, es tan desperdiciado como el de Lawrence Fishburne en un papel menor.
Al final, los verdaderos superhéroes de Ant-Man and the Wasp terminan siendo sus actores, quienes elevan un libreto bastante simplón para hacer de la película una amena experiencia. Paul Rudd continúa siendo el querendón del Universo Cinematográfico de Marvel, simpatiquísimo y encantador, con su eterna cara de “no sé que hago aquí, pero aquí estoy”. El dúo Lilly-Douglas también saca la cara y se gana muchos de los mejores momentos, e incluso los personajes terciarios, como Goggins y Peña, dejan una buena impresión con sus limitados roles que no aprovechan ni una cuarta parte de su potencial histriónico. Sobre todo, Peña. No sé qué espera Marvel para darle su propia película a “Luis”. Felizmente podría ver dos horas de él hablando sandeces mientras dobla con su voz a todo el elenco.