“Alita: Battle Angel” es puro estímulo visual
Los deslumbrantes efectos especiales son el plato principal de la más reciente adaptación hollywoodense de un cómic japonés.
La adaptación del manga “Gunnm”, que por más de 20 años se ha estado gestando en la mente de James Cameron, llega hoy finalmente a los cines bajo su nombre occidental Alita: Battle Angel, un pecaminoso banquete de efectos especiales dirigido exclusivamente a satisfacer esas hambrientas pupilas que por las pasadas semanas no han hallado estímulo alguno en la cartelera comercial del 2019. La colaboración entre Cameron y el director Robert Rodríguez produce una película que secuestra la imaginación del espectador a través de sus asombrosas imágenes futuristas, con personajes compuestos de piel sintética y músculos de acero, arrancados de las páginas diseñadas por artista Yukito Kishiro que cobran vida en pantalla gracias al millonario presupuesto que solo se consigue en Hollywood. Es una película para devorarse con los ojos e inmediatamente olvidarse entre cada pestañeo. El escapismo cinematográfico en su máxima expresión.
En lo que compete a su narrativa, el libreto de Cameron, Rodríguez y Laeta Kalogridis persigue una fantasía de empoderamiento juvenil convencional, amoldada a la estructura de una novela “Young Adult” contemporánea. Los adolescentes rebeldes versus el sistema, los de “abajo” literalmente contra los de “arriba”. La trillada historia jamás alcanza a la ambición de la puesta en escena, y aunque sería muy fácil apuntar el dedo hacia Cameron como culpable de esto -el diálogo forzado y los romances cursi son característicos de su filmografía-, aquí recae en el material original. Los sentimientos a flor de piel y las más burdas expresiones de amor son típicas del manga y el anime, y Alita: Battle Angel mantiene esa fidelidad, para bien y para mal.
El argumento se desarrolla cientos de años en el futuro en Iron City, metrópolis que a diario recibe la chatarra que llueve del cielo, los desechos lanzados al vacío desde la ciudad flotante de Salem donde viven los pudientes y los que mandan. Escarbando en el vertedero, nos encontramos con “Ido” (Christoph Waltz), un médico especialista en robótica, quien encuentra los restos de una robot y la reconstruye, bautizándola como “Alita” (Rosa Salazar). A través de sus enormes ojos -que la hacen ver como la perfecta encarnación de un personaje animado japonés-, conocemos las particularidades de este mundo, en el que el mayor anhelo de la sociedad es ascender a Salem, donde todo -nos aseguran- es mejor, lejos de las peligrosas calles de Iron City en las que cazarrecompensas se ganan la vida matando cyborgs criminales.
A “Alita” no le interesa sumarse a los ciudadanos de Salem. De hecho, ella no muestra mucho interés en nada, fuera del chocolate y “Hugo” (Keean Johnson), el chico que le roba su corazón biónico y por quien se desvive por complacer. Sus escenas juntos prueban ser el mayor obstáculo para el pleno disfrute del largometraje, y cuando estas prácticamente se adueñan de la historia durante el segundo acto, el aburrimiento empieza poco a poco a asentarse. Atrás queda la fascinante introducción a este universo, que si bien no ofrece nada novedoso, al principio apela a la curiosidad del público. Salazar y Johnson no son capaces de vender el romance entre sus personajes, y las empalagosas palabras que Cameron y compañía colocan en sus bocas tampoco les sirven de ayuda.
El aceite que mantiene los engranajes del filme dando vueltas son las deslumbrantes secuencias de acción que Rodríguez capta teniendo como norte la clara apreciación de lo que está ocurriendo en ellas. Todas lucen muy dinámicas y fluidas, ya sean los combates mano a mano entre “Altia” y aquellos que Salem envía para matarla, o las carreras de “Motorball” en las que corredores se destruyen entre sí persiguiendo un balón de metal alrededor de una pista. Sin embargo, ninguna de estas resultaría eficaz ni convincente sin la maravilla de efectos especiales que representa la propia “Alita”, fácilmente uno de los personajes digitales más impresionantes que se ha visto en el cine, que combina el “motion capture” con lo último en la tecnología animada.
La afinidad de Cameron por el personaje es palpable, tanto así, que aunque Rodríguez es quien se lleva el crédito de director, el filme se siente más vinculado al canon del cineasta detrás de Avatar y Titanic que al de Machete y El mariachi. Es un sentimiento parecido al que se percibe al ver Poltergeist, una película producida por Steven Spielberg y que uno juraría también fue dirigida por él, aunque nos dicen que fue Tobe Hooper. Tan apegado está Cameron al material que no quiere dejarlo ir, y se aferra a la posibilidad de secuelas al concluir Alita: Battle Angel, no con un punto final, sino suspensivos. La decisión deja un grado de insatisfacción, más cuando se leen los pronósticos taquilleros que no vaticinan mucho éxito para la producción que costó alrededor de $200 millones. Esperemos que estos no resulten ser ciertos. Con todo y sus defectos, no me molestaría reencontrarme con “Alita” en dos o tres años.