“Ad Astra”: odisea espacial de maravillosas contradicciones
Brad Pitt nos regala otra de las mejores actuaciones del año en el fascinante filme de James Gray.
“En un futuro cercano, en un tiempo de conflicto y esperanza…”
Conflicto… y esperanza.
A través de estas palabras, plasmadas en pantalla sobre la infinita oscuridad del cosmos, Ad Astra establece, no solo el tiempo y espacio en el que se desarrolla esta ambiciosa épica espacial, sino la paradoja que la propulsa hacia lo desconocido. El cautivante filme del director James Gray -coescrito junto a Ethan Gross- jamás deja de luchar con estas y otras ideas opuestas. En el coexisten la fe y la ciencia, el optimismo y la desesperanza, el humanismo y la divinidad, todas luchando entre sí en el torbellino de emociones que habitan dentro del protagonista, un frío y melancólico astronauta -encarnado magistralmente por Brad Pitt- que realiza dos viajes en simultáneo: uno hacia los confines del Sistema Solar para salvar la Tierra y otro hacia lo más profundo de su ser para rescatarse a sí mismo.
Siguiendo la línea de cosas opuestas, encontramos la naturaleza misma del largometraje. Realizado con el presupuesto de un módico blockbuster -con todos los deslumbrantes efectos especiales que este concede-, el argumento está anclado a las sensibilidades de un “art film”, así como a las idiosincrasias del cine de autor de Gray, un dotado cineasta mayormente conocido entre los más ávidos cinéfilos, con una afinidad artística inspirada en el movimiento New Hollywood. Esto no es Gravity ni Interstellar, dos aventuras espaciales filmadas por dos indiscutibles maestros del medio (Alfonso Cuarón y Christopher Nolan, respectivamente), que se inclinaban un poco más hacia el lado del entretenimiento comercial del medio. La propuesta de Gray evoca el pausado ritmo de 2001: A Space Odyssey, la introspección de Solaris e -incluso- la estructura narrativa del “hombre en una misión” del clásico bélico Apocalypse Now. En tiempos cuando cada vez se ensancha más la brecha en la cartelera entre las mega producciones y los estrenos pequeños, Ad Astra es esa rara película independiente que logra hacerse a gran escala gracias al compromiso de un estudio, en este caso 20th Century Fox, que gana en respeto y prestigio lo que pudiera perder en la taquilla.
Pitt interpreta al mayor “Roy McBride”, el taciturno astronauta que acepta sentirse más cómodo cuando está en el espacio. “Debería sentir algo”, se dice a si mismo a través del reflexivo monólogo interior que le sirve como única compañía, pero la realidad es que “Roy” no parece sentir otra cosa que no sea desdén por la humanidad –“somos consumidores de mundos”, se le escucha decir en otro momento, asqueado por el grotesco capitalismo que ahora se extiende hasta la Luna- y la desconexión emocional que lo mantiene totalmente aislado. Las evaluaciones psicológicas a las que es constantemente sometido adquieren una cualidad semejante a la de un rezo u oración, repitiendo como mantra su disposición a enfocarse en las metas -tanto personales como de su oficio- y en las cosas importantes en la vida, en claro contraste de los pensamientos que lo agobian, abonando a las contradicciones que lo definen a él, y en realidad a todos nosotros, como seres humanos.
El pulso de “Roy” jamás aumenta por encima de los 80 latidos por minuto, ni siquiera cuando su vida corre peligro al caer de una imponente antena que asciende hasta la estratosfera y que acaba de ser impactada por una onda de energía que atenta con acabar con toda la vida en la Tierra. Dicha catástrofe es la razón por la que “Roy” ha sido reclutado para emprender una misión espacial. Resulta que su padre, el astronauta “Clifford McBride” (Tommy Lee Jones), a quien había dado por muerto tras verlo por última vez 30 años atrás cuando partió en un viaje hacia Neptuno con miras a hacer contacto con otra especie inteligente, pudiera ser el que está enviando las ondas de energía. “Roy” deberá viajar hasta Marte para tratar de establecer comunicación con su papá y disuadirlo de continuar atacando la Tierra.
No es nada difícil apreciar por qué Gray eligió la cara de Pitt como semblante de su odisea espacial. Los valles y montañas que trazan las arrugas en el rostro del actor de 55 años -quien quizás esté llegando al crepúsculo de su atractivo físico, pero este año parecería apenas pisar el umbral de su rango histriónico, con dos de sus mejores actuaciones tanto aquí como en Once Upon a Time… in Hollywood- dicen más que el monólogo interno. De hecho, de las pocas cosas que podrían criticarse negativamente del filme, esta sería la principal, ya que contrario al uso que le da alguien como Terrence Malick -quien acostumbra a emplear esta herramienta para expresar los deseos, miedos y preocupaciones de sus personajes-, aquí demasiadas veces es utilizada a modo de narración, diciendo más de la cuenta y subrayando lo obvio. Pero Pitt no permite que su trabajo se recueste de esta decisión narrativa, manteniéndose en pleno control de su instrumento con una templada intensidad que manifiesta a través de sutilezas, entre ellas, la mirada húmeda de un hijo dolido intentando reconectar con su padre mediante un mensaje de voz interplanetario.
Como marco de momentos íntimos y conmovedores como este, tenemos asombrosas secuencias que exigen verse en la pantalla más grande posible, como una persecución sobre la faz de la Luna sacada de Stagecoach, de John Ford, o más recientemente de Mad Max: Fury Road. No es fácil innovar dentro de un género en el que parecería que ya lo hemos visto todo, pero Gray logra que escenas como esta salten a la vista incorporado las leyes de la física que naturalmente alterarían la manera en la que se desarrollaría la acción. Y sí, hemos visto múltiples escenas de aterrizajes y despegues en docenas de películas espaciales, pero rara vez con la gracia que el director las ejecuta aquí ni con la extraordinaria belleza que el cinematógrafo Hoyte van Hoytema las retrata, como si se desafiase a sí mismo a superar los logros de sus propias imágenes expuestas en Interstellar. A esto se le suma una inspiradora banda sonora a cargo del sensacional Max Richter para elevar la experiencia de ver Ad Astra hacia lo trascendental, redondeando uno de los estrenos más memorables del 2019.