"A Quiet Place" estremece con un silencio ensordecedor
El largometraje del director John Krasinki hace un uso formidable del silencio para maximizar la tensión.
“¿Quiénes somos si no podemos protegerlos?”
Ese es el miedo fundamental en el corazón de A Quiet Place. Claro, a este se le suman los típicos ingredientes del género del terror -la oscuridad, los sobresaltos, las espantosas criaturas-, pero el verdadero pánico surge de ese latente temor que viene de la mano de la dicha que brinda la llegada de un hijo: su protección ante todo, este “todo” que lo mismo es una caída de la bicicleta que en un caso más extremo, como el que se presenta en el excelente filme.
La premisa es una muy simple, y uno de sus mayores atributos: en un futuro no muy lejano, la humanidad se ha visto prácticamente erradicada por unos monstruos que cazan a través del sonido, por lo que las personas que aún se mantienen con vida se ven obligados a vivir en absoluto silencio. Cualquier ruido que produzcan podría ser el último. Este es la clase de argumento que funciona mejor mientras menos se agregue sobre él. Tras el éxito visto durante el pasado fin de semana en la taquilla -donde se estima recaudó $71 millones mundialmente-, la peor decisión que podría tomar ahora mismo Paramount Pictures es convertir esto en una franquicia, con secuelas y/o precuelas que sobre expliquen lo que nunca necesitó explicación. Tan solo vea en lo que acabó la serie de Paranormal Activity. ¿La mejor? Otorgarle otro presupuesto de entre $15 y $20 millones al director John Krasinski y su equipo para que produzcan otra idea original. Seguramente, optarán por lo primero.
Trabajando no solo como director, sino además como coprotagonista y coescritor, Krasinski logra un nivel de tensión rara vez visto en un género donde el sonido acostumbra ser una de las herramientas principales de todo cineasta. El libreto que escribió junto a Bryan Woods y Scott Beck, prescinde prácticamente por completo del audio -sobre todo en términos de diálogo-, y al mantener la sala en silencio esto amplifica cada ruido, incluyendo el suyo mientras mastica popcorn. El espectador se convierte en una parte integral de la experiencia, cual si fuera un miembro más de la familia protagónica que intenta sobrevivir en este mundo hostil.
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Krasinski comparte la pantalla junto a su esposa, la actriz Emily Blunt, como el padre y madre de tres niños que ambos intentan, no solo proteger, sino entrenar para que aprendan a vivir de acuerdo con las normas de esta mortal realidad. Estas incluyen comunicarse a través de lenguaje de señas, caminar por los caminos de arena que el papá traza desde su hogar hasta el pueblo para amortiguar el sonido de las pisadas y evitar a toda costa cualquier clase de ruido. El hecho de que la madre se encuentre a punto de dar a luz tan solo exacerba el terror, pues mientras los niños podrán aprender lo básico, ¿cómo callar a un bebé recién nacido?
Sus dos hijos mayores -encarnados por Noah Jupe y Millicent Simmonds- no solo tienen que asimilar todas estas vitales enseñanzas, sino lidiar con los estragos de una reciente tragedia que ha sacudido a todos los integrantes de la familia, trastocando particularmente la relación entre el padre y la hija. Este gancho emocional es un componente esencial de la efectividad del largometraje, trabajado con astucia tanto en términos de guión como en las respectivas actuaciones de Krasinski y, especialmente, Simmonds, cuyo rostro es -como dicen por ahí- “un poema”. La joven actriz de Wonderstruck carga con la respuesta a la pregunta en la médula del largometraje: “¿quiénes somos si no podemos protegerlos?”.
La contestación llega en el intenso desenlace que llega (obviamente) al final de 90 minutos que transcurren tan rápidamente que parecería que acabamos de ver un cortometraje. Krasinski y su equipo empujan el gimmick central hasta las últimas consecuencias, consiguiendo secuencias hechas para ser experimentadas dentro de una sala de cine y, con suerte, junto a un público que sepa comportarse dentro de ella. A Quiet Place invita a verse con mucha gente y, sobre todo, en SILENCIO. Hacía tiempo que no veía un filme de terror tan divertido.