"Coco" le canta a México
El colorido largometraje es un maravilloso tributo al país de las rancheras, Cantinflas y Pedro Infante.
Los admiradores de Pixar hemos tenido que aceptar algo en los últimos años: no todas pueden ser joyas. La perfecta racha del estudio de animación culminó en el 2011 con el estreno de Cars 2 –la peor película de su filmografía- y desde entonces su producción se ha bifurcado entre la filmación de secuelas de sus mayores éxitos y sus nuevas propuestas. Las historias memorables de Pixar –como Inside Out, Wall-E, Ratatouille, Up y Toy Story- se han convertido en la excepción, cuando antes eran la regla.
Su nuevo largometraje, Coco, es una de esas bienvenidas excepciones, colocándose cómodamente entre las mejores obras del estudio y como uno de sus mayores logros de esta década.
El diseño artístico del mundo de los muertos es una absoluta maravilla, una de esas creaciones de Pixar que dislocan la quijada.
Entre rancheras y calacas (así les llama en México a los esqueletos), el filme es un hermoso homenaje a la cultura mexicana, particularmente su Día de Muertos. Cada 2 de noviembre, los altares de los difuntos son decorados por sus familiares con comida, retratos de los fallecidos y flores de cempasúchil para guiar sus almas hasta su lugar de eterno reposo y que allí escuchen sus rezos. “Recuérdame” es la canción recurrente en la alegre banda sonora compuesta por el maestro Michael Giacchino, y la misma también funge como el tema central que se va desarrollando sutilmente en el libreto de Matthew Aldrich y el codirector Adrián Molina. El argumento está tan bien elaborado que al final nos toman por sorpresa los lugares adonde nos lleva y las lágrimas que dignamente se gana.
El prólogo es una obra de arte en sí misma, utilizando la técnica del papel picado para presentar el pasado de la familia Rivera. Su figura matriarcal, “mamá Imelda” (Alanna Ubach), fue abandonada hace décadas por su marido para irse a perseguir su sueño de convertirse en músico. Desde entonces, las canciones y los acordes están tajantemente prohibidos en la casa de los Rivera, quienes se dedican a la zapatería en un pintoresco pueblito mexicano.
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Coco (Disney/Pixar)
La película es protagonizada por “Miguel” (Anthony González), el tataranieto de “Imelda”, un niño de 12 años que añora cantar con su guitarra en medio de la plaza y escribir letras que muevan corazones, tal como lo hacía su ídolo, el difunto “Ernesto de la Cruz” (Benjamin Bratt), una combinación de los astros aztecas Pedro Infante y Jorge Negrete. La acción arranca cuando “Miguel” descubre que “De la Cruz” es el tatarabuelo que jamás conoció y decide tomar prestada la guitarra que cuelga en su mausoleo para participar en una competencia de talento. Sin embargo, robarle a los muertos provoca que el niño pase “al otro lado”, confundiéndose entre los espíritus en una secuencia claramente inspirada en el clásico Spirited Away de Hayao Miyazaki.
El diseño artístico del mundo de los muertos es una absoluta maravilla, una de esas creaciones de Pixar que dislocan la quijada, con puentes hechos de flores doradas que llevan a “Miguel” hasta una vibrante metrópolis habitada por esqueletos y alebrijes multicolor. La ciudad está construida sobre las pirámides de Teotihuacán, iluminada por millones de lucecitas que se extienden más allá de lo que el ojo alcanza a ver. Si tiene la oportunidad de verlo en 3D, hágalo. La dirección de Molina y Lee Unkrich ofrece un espectáculo visual, y lo mejor de todo ese que la mayor parte de la trama se desarrolla en este asombroso lugar.
La manera como el guión va hilvanando sigilosamente el gancho emocional en el divertido argumento es una de las mayores fortalezas del largometraje.
Allí, “Miguel” conoce a “Héctor” (Gael García Bernal), un difunto que no puede regresar a su tumba porque ya nadie lo recuerda en el mundo de los vivos. Ambos llegan a un acuerdo: si “Héctor” lleva a “Miguel” hasta donde está “De la Cruz” para que este le dé su bendición de ser músico, el niño colocará el retrato de “Miguel” en su tumba para que no sea olvidado. Las maromas que ambos realizan para cumplir con sus respectivas promesas es lo que propulsa la trama, y por un tiempo todo apunta a que la película será básicamente eso, una aventura con “lucha por tus sueños” como trillada lección central, pero nada que ver.
La manera como el guión va hilvanando sigilosamente el gancho emocional en el divertido argumento es una de las mayores fortalezas del largometraje. Uno ni se da cuenta de que está en las garras de Pixar hasta que ya es demasiado tarde y es hora de sacar los kleenex. El hecho de que se le dé tanto tiempo al desarrollo de la relación entre “Miguel” y “Héctor” contribuye grandemente a la efectividad de la historia, que si bien recorre lugares comunes explorados en Ratatouille, lo que sobresale es el calor familiar típico de las culturas latinoamericanas, así como sus idiosincrasias.
Coco es una carta de amor a México, a su gente y su cultura, que incluye desde la música hasta el cine, con apariciones sorpresas de iconos de la talla de Cantinflas, El Santo, María Félix y Frida Kahlo. Y también es un tributo a las abuelas, mexicanas y de cualquier otro rincón del mundo, pero si usted tiene una del país azteca –como este servidor– el final lo tocará de manera especial.