Cinediario: Dragones, búhos y desamores
Un clásico ochentoso, un fascinante documental y una sombría comedia romántica figuran entre los filmes que he visto en la pasada semana.
Según mi perfil de Letterboxd, el año pasado vi sobre 400 películas. Cuatrocientas veintiuno, para ser preciso. Sin embargo, tan solo escribí de un puñado de ellas, entre reseñas y brevísimos comentarios que dejo en el diario que mantengo en ese portal desde hace ya una década, herramienta que encuentro indispensable y sumamente útil. La uso casi todos los días, tanto o más que IMDB.com. A través de ella puedo saber qué vi, cuándo lo vi y cuántas veces lo vi, entre otras estadísticas adicionales. Por ejemplo, ¿saben cuántas horas le dediqué a ver películas en el 2022? Adivinen en la sección de comentarios y les dejaré saber cuán cerca estuvieron.
Con eso en mente, hoy nace esta nueva columna titulada Cinediario (sorry, no se me ocurrió nada mejor), en la que estaré escribiendo acerca de los filmes que veo por mi cuenta y que no son estrenos. O sea, la inmensa mayoría. Para que tengan una idea, de aquellos 421, solo 153 fueron estrenos. Cinediario será la hermana de Telediario, en la que estaré escribiendo de -"you guessed it!”- series de televisión. Ambas serán exclusivas de la membresía paga del boletín, pero las primeras van por la casa, pa’ que vean si les interesan.
Entonces, déjenme contarles de mi primera vez viendo Dragonslayer.
No sé por qué nunca vi este clásico de 1981 durante mi infancia, y yo era de los que veía cuanta película de fantasía salía: Legend, Conan the Barbarian, Krull, Willow, Ladyhawke, The Neverending Story, The Dark Crystal, Labyrinth, etc. Las vi todas, varias de ellas hasta la saciedad, así que aproveché que Paramount recién lanzó una edición en 4K UHD de este filme para ver de qué me he estado perdiendo todos estos años. Lo que descubrí fue uno de los mejores showcases de los efectos especiales de la década del 80. De inmediato entendí por qué Guillermo del Toro ha descrito al dragón como “one of the most perfect creature designs ever made”, y el cineasta mexicano sabe dos o tres cosas acerca de criaturas.
La historia de Dragonslayer es muy simple: un imponente dragón ha estado aterrorizando al reino de Urland, en el siglo 6, donde han recurrido a sacrificar vírgenes -elegidas a través de una lotería- para tratar de apaciguarlo. Representantes de Urland solicitan la asistencia del hechicero Ulrich para que mate a la bestia, pero cuando este fallece, la encomienda recae en los hombros de su aprendiz, Galen. Como dije, la trama es sencilla, pero funciona de excusa perfecta para crear una de las criaturas más asombrosas que he visto en el cine. Y cuando digo que el dragón -cuyo nombre es Vermithrax- se ve espectacular, no quiero decir “se ve espectacular para 1981”, si no que “se ve espectacular incluso hoy en el 2023”.
Vermithrax fue diseñado por un grupo de artistas que incluyen al artista gráfico David Bunnett y al legendario Phil Tippett, creador y animador de criaturas para largometrajes como Star Wars y Robocop, entre muchos más. Para ese entonces, Tippett trabajaba para Industrial Light and Magic, y requirió de un equipo de 80 personas para darle vida al dragón. Esto incluye los inmensos modelos de hasta 30 pies de largo, así como los demás efectos especiales que lograron que Vermithrax se viera ridículamente real en pantalla. Cuando veo maravillas como esta, no puedo evitar pensar en cuánto la industria ha perdido en términos artísticos al hoy hacerlo casi todo digitalmente. Sí, el CGI se puede ver asombroso, pero no estimula mi cerebro ni mi imaginación como estos efectos prácticos. Cuando hoy veo un monstruo, yo sé que fue hecho por una computadora. Ahora, cuando veo algo como Vermithrax, incluso hoy, con todo lo que sé de la historia de los efectos especiales, siempre me pregunto “¿¡CÓMO HICIERON ESO!?”.
Para quienes quieran saber, hay sobre una hora de special features en el disco, en donde hablan de toda la producción. También hay un commentary track con el director Matthew Robbins y Guillermo del Toro, y la imagen del 4K UHD se ve absolutamente fabulosa. Es muy probable que no se viera así de definida desde 1981.
Lo otro que vi -que me voló la cabeza- fue el documental etnográfico avant-garde de la cineasta Ana Vaz titulado It is Night in America, disponible en MUBI. Esta pieza experimental, de 66 minutos de duración, sumerge al espectador en Brasilia, la capital de Brasil, a través de alucinantes imágenes y sonidos de las especies de animales -muchas de ellas en peligro de extinción- que habitan en ella. Nunca había visto un trabajo como este, específicamente uno con un enfoque animal. Lo más cercano serían Manakamana y Leviathan, ambos producidos por el Harvard Sensory Ethnography Lab, que me ofrecieron experiencias similares, capaces de envolverme en el entorno natural de su temática sin necesidad de narradores ni explicaciones. Lo puse a la medianoche, cuando vi que era el estreno del día en MUBI, y quedé hipnotizado. El tráiler que incluí arriba les dará una leve idea de qué esperar, si se aventuran a buscarlo, pero no le hace justicia al filme en general.
Y hablando de MUBI, no sé cómo ustedes eligen qué es lo que van a ver entre tantos y tantos apps de streaming, pero al menos yo, cuando ya llevo demasiado tiempo navegando sin rumbo por esos mares sin tomar una decisión, acabó en plataformas como MUBI y The Criterion Channel porque tienen secciones dedicadas a agrupar lo que está próximo a irse de sus respectivas selecciones. Eso me limita la cartelera y me obliga a elegir más rápido. En parte por eso extraño los videoclubs, porque nos forzaba a ver lo que alquilábamos en un periodo determinado de tiempo. Ahora es muy común poner cualquier cosa, cansarse, quitarla, y perder una hora adicional buscando otra cosa que ver.
Anyway, fue así que di con Modern Romance, de Albert Brooks, que ya no está en MUBI pero aún pueden ver en Criterion. Aunque conozco muy bien la carrera del Albert Brooks como actor, nunca había visto ninguno de sus trabajos como director, así que cuando vi que a este le quedaban 48 horas en la aplicación, le di play sin pensarlo mucho.
Brooks interpreta a “Robert”, un neurótico de clase mundial, que trabaja como editor de películas, y quien acaba de romper su relación con “Mary” (Kathryn Harrold) por enésima vez. La ejecutiva bancaria no quiere saber más de él, pero “Robert” no puede vivir sin ella. El tipo es un caso crónico de lo que hoy llamaríamos toxic masculinity, ultra celoso y self-loathing, incapaz de ser feliz con ella y sin ella. Encuentro necesario hacer la salvedad que Modern Romance no es uno de esos filmes que “has not aged well” para efectos de cómo presenta esta problemática relación sentimental. Todo lo contrario. No la condona, sino que la señala y la critica. Pudiera decirse que Brooks estaba adelantado para 1981, pues su libreto de romántico no tiene nada. En todo caso, esto es la anti comedia romántica, con un very dark edge que llega a su punto máximo durante su desenlace, cuando pinta de color de rosa un final que no podría ser más oscuro y retorcido. Conste, que con esto no quiero decir que no sea cómica. Yo la encontré graciosísima, pero a mí me gusta el humor negro.
Buscando información acerca de la película, no me sorprendió leer que los test screenings de Modern Romance fueron desastrosos. El estudio Columbia Pictures le solicitó que reescribiera algunas escenas o añadiera otras para hacer al protagonista más simpático, o explicar su neurosis, pero Brooks se rehusó, pues iban en contra de su propuesta. Situaciones como esta podrían explicar por qué el cineasta solo ha filmado siete largometrajes en más de 40 años de carrera. A Hollywood no lo gusta lo que se sale de las rayas, lo que a mí me motiva a buscar los otros trabajos que dirigió.
En la próxima edición de Cinediario estaré escribiendo de… no sé LOL. Tengo demasiados títulos en mi watchlist y Zelda: Tears of the Kingdom ha estado consumindo todo mi tiempo libre. Si prefieren que escriba de alguno, déjenmelo saber. Así me ayudan a limitar mis opciones.