En “Christopher Robin”, el viejo amigo de “Winnie the Pooh” sufre de adultez
La más reciente readaptación de los clásicos animados de Disney funciona en una frecuencia más relajada y seria.
Si perteneces a la clase trabajadora, seguro sabes que entre los “placeres” de ponerse viejo se encuentra el preocuparte todos los días por si vas a poder proveer para tu familia el mes entrante. A cualquiera se le olvidan los ratos de jugar bajo el sol junto a los amigos de la infancia, incluso cuando estos son tan adorables como “Winnie the Pooh” y el resto de los habitantes del Bosque de los Cien Acres. Nada podría estar más lejos de la mente de “Christopher Robin”, el foco de la película que lleva su nombre, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que a los cuarenta y tantos años se ve en la encrucijada de sacar a la empresa para la cual trabaja de un déficit económico o él y todos sus subalternos acabarán en la calle.
Pero tranquilo, no se apure, que esto es una producción familiar de Disney a cargo de Marc Foster y no un drama de la clase obrera dirigido por Mike Leigh o Ken Loach. Al igual que “Peter Pan” se convirtió en un adicto al trabajo y redescubrió las cosas importantes en la vida en Hook, “Christopher Robin” recibe una visita muy real del pasado para aprender la misma lección… “and they all lived happily everafter”.
Han pasado varias décadas desde que “Christopher Robin” (Ewan McGregor, experto en encarnar almas en pena) abandonó su antigua casa en el campo inglés. Ahora vive en el Londres de la década del 50 junto a su esposa (Hayley Atwell) e hija, “Madeline” (Bronte Carmichael), trabajando largas horas y fines de semana para una compañía que fabrica maletas. Su familia está acostumbrada a su ausencia, a las promesas incumplidas y las escuetas oraciones, pero no significa que esto no les afecte profundamente. Cuando su jefe le exige que implemente un plan para abaratar gastos o habrá cesantías, “Christopher” está cerca de su punto de ruptura, pero por suerte, su viejo amigo “Pooh” le cae de sorpresa.
“Pooh” logra que “Christopher” lo lleve de vuelta al Bosque de los Cien Acres para que reevalúe sus prioridades, y las estupendas animaciones digitales que dan vida a los clásicos personajes del autor A. A. Milne -como el burro “Igor”, el cerdito “Piglet” y el “tíguer” “Tigger”- hacen prácticamente invisible el efecto especial que une en pantalla a los actores con estos animales de peluche. McGregor es el perfecto bonachón para rodearse de tanta ternura y abonar con su talante gentil a la serena atmósfera dirigida a un público exclusivamente infantil que disfrute de un ritmo más sosegado que el de la mayoría del entretenimiento cinematográfico dirigido a ellos.
Las plumas detrás del libreto -a cargo de Allison Schroeder (Hidden Figures), Tom McCarthy (Spotlight) y el querendón del cine independiente Alex Ross Perry (Listen Up Philip)- sugerían que quizás habría algo de sustancia o novedad en el argumento, pero jamás se sale de las rayas de lo que se espera de una típica película de Disney: simple, funcional y bonita, con Foster operando detrás de la cámara en pleno modo “Finding Neverland” para impartirle ese particular resplandor de fantasía estéril que resuelve todas las complejidades de la vida con absoluta facilidad. Christopher Robin no será una de las mejores readaptaciones modernas de las más famosas películas animadas de Disney, pero es un digno tributo al legado de Milne.