Choque de titanes en “Rampage”
Un cuasi King Kong, un cuasi Godzilla y un lobo giante se enfrentan a Dwayne “The Rock” Johnson en las calles de Chicago.
Uno de mis títulos favoritos en la historia del cine lo es Godzilla, Mothra and King Ghidorah: Giant Monsters All-Out Attack, además de porque suena épico, encuentro que lo dice todo, ¿no? Prácticamente funciona como la sinopsis del filme del 2001, que coloca a los mencionados titanes a luchar sobre las calles de Tokio… y ya. Rampage, por el contrario, no es un título tan atractivo. La única razón para retenerlo fue su utilidad como gancho nostálgico para ese nicho de la población que recuerda el juego de vídeo de 1986 que no podía faltar en el salón de "las maquinitas" de los Pizza Hut. De hecho, una de estas máquinas de arcade tiene un "cameo" relámpago en una escena, algo que resulta totalmente paradójico, pero preocuparse por la lógica en un blockbuster de esta índole es como detenerse a leer la tabla de valor nutricional en los fast foods.
El estreno de hoy comparte el espíritu de esos divertidos clásicos japoneses en los que bestias gigantes hacen añicos una metrópolis. Cuando se trata de esta clase de película, la trama y el desarrollo de personajes queda sepultado debajo de una humeante montaña de escombros, y la verdad es que muy rara vez se extrañan. Lo único que hace falta es cualquier excusa para que estos apoteósicos mutantes se entren a "bimbazos", algo que en el libreto de Ryan Engle, Carlton Cuse, Ryan J. Condal y Adam Sztykiel (jamás dejará de chocarme cómo las historias más insustanciales son acreditadas a tantos guionistas) llega a través de un experimento genético que transforma a un gorila, un lobo y un caimán en tres máquinas de destrucción masiva.
El ingrediente que Hollywood le agrega -y que suele faltar en las producciones niponas- es el star power, provisto por una de las mayores estrellas internacionales del momento, Dwayne “The Rock” Johnson. El musculoso exluchador interpreta a “Davis Okoye”, un primatólogo -quizás el mejor chiste del largometraje, similar a cuando Denise Richards encarnó a una doctora en física nuclear en The World is Not Enough- que tiene a su cargo a “George”, un gorila albino extremadamente inteligente, que se ve infectado por un nocivo gas que lo hace aumentar en tamaño y tornarse agresivo. “George” se escapa, el ejército lo persigue, y lo demás seguro se lo puede imaginar, incluso sin haber visto los tráilers.
Como es de esperarse, el plato principal -ese junte de las tres monstruosidades y el caos que desatan entre los rascacielos de Chicago - no se da sino hasta el acto final del largometraje, lo que significa que hay que pasar más tiempo con los humanos, ninguno particularmente interesante. El inmenso carisma de Johnson logra mucho, pero no es todopoderoso. El director Brad Peyton -quien también lo dirigió en San Andreas- aún no sabe cómo extraerle su mayor potencial, utilizándolo meramente como figura de acción en medio de la vorágine de efectos digitales. Sus mejores escenas son las que comparte con Jeffrey Dean Morgan (The Walking Dead) como un agente gubernamental tejano que parece que se fumaba algo todos los días antes de llegar al set. Su despreocupada y arrogante actitud le añade algo a los aconteceres. No mucho, pero algo, suficiente para prestar mayor atención cuando aparece en pantalla.
Morgan, así como Malin Akerman y Jake Lacy, quienes interpretan a los ridículos villanos, están en la frecuencia correcta, demostrando el estilo más amanerado que debió predominar en el tono para potenciar el nivel de diversión. Ninguno de los tres se toman sus personajes en serio, pero la película no se atreve a cruzar la frontera hacia el lado más “campy” de este tipo de producción. Como está, Rampage no deja de ser una entretenida distracción, especialmente si su paladar cinematográfico degusta de los filmes de "Godzilla", incluso los no muy buenos. La dirección de Peyton es tan insulsa que uno podría llegar al extremo de echar de menos el frenético estilo de Michael Bay, pero parecería estar hecha a la medida para disfrutarse dentro de una de esas salas que son invadidas por el humo, las luces pulsan, rocían agua sobre el público y las butacas se jamaquean, sobre todo durante el desenlace, cuando se forma el Giant Monster Royal Rumble. Y, no es por echármelas, pero este habría sido un mejor título.