Charlie Kaufman contempla la finitud de las cosas en “I’m Thinking of Ending Things”
El tercer largometraje del célebre guionista y director fascinará a tantas personas como a las que frustrará.
“Cualquier película de sustancia, para ser entendida correctamente, debe verse al menos siete veces”, asegura “B. Rosenberger Rosenberg”, protagonista de la recién publicada novela Antkind, acerca de un crítico de cine cuya memoria guarda el único récord que existe de un inédito largometraje consumido en un fuego y que -a su juicio- es una de las máximas obras del séptimo arte, filmado durante décadas, con una duración de alrededor de tres meses y animado en stop-motion. Llevo varias semanas sumergido en el debut literario de una de las voces más singulares del cine contemporáneo, el guionista, director y -ahora- autor, Charlie Kaufman, y si los laberintos mentales que habitan en su célebre canon le enredan el cerebro, imagine cómo debe ser, no solo estar encerrado en su cabeza por más de 700 páginas, sino ser testigo de cómo sus ideas van construyendo realidades e irrealidades en la imaginación del lector. Kaufman está de estreno esta semana en Netflix con I’m Thiking of Ending Things, la cual, acepto, no vi siete veces, pero sí dos, porque el señor “Roserberger Rosenberg” será un cabal retrato de un arrogante e insufrible crítico de cine intelectualoide, pero el caballero tiene algo de razón en su argumento.
La vi dos veces no porque necesitase resolverla: la peor manera de enfrentarse a ella es tratándola como un rompecabezas. No es un acertijo que haya que descifrar ni un filme de Christopher Nolan, cuyos rebuscados libretos resultan muy entretenidos e inspiran múltiples teorías, pero muy pocos significados e incluso menos sentimientos. Y buena suerte a todos esos canales de Youtube dedicados a producir vídeos con títulos como “I’m Thinking of Ending Things - ENDING EXPLAINED”. Si necesita una explicación lógica tras acabar de verla, ninguna le quitará esa sensación de insatisfacción que justificadamente sentirá mientras observa los créditos finales, porque esta cinta frustrará y aburrirá a tantas personas como las que fascinará, y es muy probable que sea por las mismas razones: los abruptos virajes hacia callejones sin salida por los que se dirige la trama, las elipsis narrativas y los pretenciosos y extensos argumentos que se dan entre la pareja protagónica.
No. La volví a ver precisamente porque -como espectadores- nos han calibrado para que, cuando no entendemos algo, tengamos la necesidad de encontrarle una solución. Siempre queremos estar uno o dos pasos adelante del cineasta, y cuando me percaté -ya prácticamente durante el absurdo, cómico y melancólico final- que esta no iba a ser esa clase de película, quise verla otra vez sin esa lupa de detective, para reexaminarla a sabiendas de que esas jamás fueron las intenciones de Kaufman al adaptar la novela homónima del autor Iain Reid. Kaufman nunca ha pretendido ni aspirado a alcanzar a un amplio público, ni siquiera con sus más populares trabajos como guionista, e incluso menos con sus -hasta ahora- tres largometrajes, todos preocupados -a mayor o menor grado- con sus propias ansiedades. Las que aquí manifiesta, son las mismas que hemos visto a lo largo de su filmografía, principalmente la finalidad de las cosas: del amor, la salud y las facultades mentales, así como el abrumador pánico existencial que se exacerba a medida que avanzamos vertiginosamente hacia el fin de esto, es decir, de todo.
Su tercera ocasión en la silla del director -tras la extraordinaria Synecdoche, New York y la sublime Anomalisa- produce al unísono su pieza más accesible y, paradójicamente, impenetrable; un cruce entre algo tan ordinario como la premisa de Meet the Parents con el “dream logic” de David Lynch, estructurada a través de un prolongado “road trip” que realiza una pareja de novios mientras escuchan en la radio el álbum Charlie Kaufman’s Greatest Hits. Jesse Plemons y Jessie Buckley interpretan a “Jake” y “Lucy”, quienes se conocieron seis semanas antes (¿o, acaso, serán ocho? ¿quizá diez?) y en este momento ambos van camino a la granja donde él creció para que ella conozca a sus padres. “Lucy”… no, perdón, “Louisa”, está pensando terminar la relación, y la escuchamos a través de un narración que demuestra la perspicacia de Kaufman para escribir monólogos internos tan auténticos y francos, interrumpidos por divagaciones del pensamiento o por el propio “Jake”, quien le monta conversación durante todo el viaje sobre una amplia diversidad de temas: un poema de la poetisa Eva H.D., un ensayo de David Foster Wallace, el jingle de un puesto de mantecados, el musical Oklahoma y hasta la reseña de A Woman Under the Influence -citada literalmente- de la crítica Pauline Kael.
“Los demás animales viven en el presente. Los humanos no. Por eso inventaron la esperanza”, se le escucha reflexionar internamente a “Lucy”, perdón, “Louisa”, no, “Lucía” -sí, ese es su nombre-, al llegar a la finca de quienes jamás serán sus suegros -encarnados inquietantemente por Toni Collette y David Thewlis- quienes los invitan a la cena más incómoda desde que el protagonista de Eraserhead compartió la mesa con los papás de su novia. Kaufman confecciona una cargada atmósfera de terror sin mayor esfuerzo, armándose de la claustrofóbica cinematografía de Lukasz Zal (Cold War, Ida) en su habitual formato 1.33:1, la irracionalidad de su historia y las fantásticas interpretaciones que consigue de su elenco.
Plemons tiñe su personaje de bonachón con taciturnas pinceladas de depresión que abonan al sentido de resignación que impera sobre el filme, quizás como reflejo de la tormenta de nieve que va recrudeciéndosea medida que avanza la trama hacia el crudo invierno en el que culmina y que, también, es un indicador del fin de algo. Y mientras parecería que es Buckley quien carga con el largometraje, no es hasta el final -tras un desconcertante cambio en perspectiva- que se logra apreciar el sutil trabajo que ha estado realizando el actor por más de dos horas. Pero sí, es Buckley quien tiene sobre sus hombros el grueso de las emociones que emanan de este filme y cuya amplitud domina con la maestría de una actriz con más dos décadas de experiencia y no con los apenas cinco años que la hemos estado viendo en pantalla en actuaciones tan memorables como en Wild Rose (2018). Su personaje es nuestra entrada como público a esta extraña y cautivante película.
Su interpretación de “Lucía”, no. ¿“Lucy”? ¿“Louisa”? ¿Quién es verdaderamente esta joven? Su nombre cambia tantas veces como a lo que ella se dedica o el color de las rayas de su suéter. ¿Acaso ella existe? ¿Existió? ¿Es real? ¿Será una amalgama de varias mujeres? Los créditos la describen como “The Young Woman”. ¿Por qué se la pasa recibiendo llamadas de ella misma? ¿Qué le pasa a ese perro, de qué murieron aquellas ovejas y quién es este conserje? ¿Qué hace en esa escuela? Obviamente limpiado, ¿pero por qué continúa apareciendo en la película aleatoriamente? Y, en serio, ¿qué le hizo Robert Zemeckis a Charlie Kaufman? ¿En realidad se conocen y se trata de un chiste interno entre colegas? ¿O acaso nos está dejando saber lo que piensa, no solo de él, sino además de Ron Howard? Algunas de estas interrogantes tienen respuestas, pero I’m Thinking of Ending Things puede ser una experiencia sumamente confusa si uno se enfoca solo en sus especificidades. Sin embargo, si en su lugar se deja llevar por sus diálogos y cuestionamientos, podría ser partícipe de una obra muy especial que lo invitará a darle una segunda, tercera y, sí, hasta una séptima mirada.
“Lo que te hace sentir una película debe ser lo primero, y es quizás lo más esencial”. Eso también lo dijo “B. Rosenberger Rosenberg”.