"Challengers": sexo, sudor y canchas
La rivalidad deportiva se mezcla con el placer carnal en este seductor melodrama del director Luca Guadagnino, protagonizado por Zendaya, Mike Faist y Josh O'Connor.
En Challengers, la cama es exclusivamente para el foreplay, las duras verdades y/o las incómodas confesiones. El sexo, la pasión y, sí, incluso el clímax -dramático y sexual-, se manifiesta en la cancha de tenis. Las raquetas son extensiones de los jugadores (y no necesariamente de sus brazos), el homoerotismo fluye tan profusamente como las gotas de sudor en los semblantes de los atletas, no hay bebida o alimento consumido que no sugiera -o sirva de preámbulo a- un placer carnal, y en una de sus más memorables secuencias, hasta la mismísima naturaleza parecería reaccionar al torbellino de emociones que irradian los jóvenes protagonistas. En síntesis, el electrizante melodrama del cineasta italiano Luca Guadagnino es el estreno más lujurioso que se haya visto en una sala comercial desde… wao, ya ni recuerdo. El que esto lo logre sin tan siquiera una sola explícita escena de sexo, lo hace aún más admirable.
No sé si se han dado cuenta, pero la sensualidad ha estado ausente de las producciones de Hollywood desde que estas sucumbieron a la infantilización y cayeron en el puritanismo más extremo que se haya visto en el séptimo arte desde los tiempos del Hays Code. Pero el old in-out, in-out -como lo describiría Anthony Burgess en A Clockwork Orange- afortunadamente ha estado haciendo un comeback en los pasados meses, con películas como Love Lies Bleeding, Poor Things y Drive-Away Dolls, entre otras, recordándonos que el sexo consensual no solo está chévere, sino que es capaz de enriquecer los argumentos y añadirle matices a las relaciones interpersonales de los personajes. Esto quizá no había sido tan cierto como lo es en Challengers, donde la rivalidad deportiva y el deseo sexual van de la mano, propiciando un ménage à trois entre un trío de tenistas que se extiende por más de una década y define sus vidas dentro y fuera de la cancha.
La acción comienza en el 2019 en un torneo de clasificación del U.S. Open en New Rochelle, Nueva York, donde el exitoso power couple compuesto por “Tashi Duncan” (Zendaya) y “Art Donaldson” (Mike Faist) hará acto de presencia. Una década atrás, “Tashi” se perfilaba como una de las futuras estrellas del deporte, pero una lesión en la rodilla acabó con sus aspiraciones de ganar Wimbledon, por lo que ahora se dedica a ser la coach de su esposo, “Art”, a quien apuntó en esta relativamente insignificante competencia -auspiciada por una gomera- para subirle la moral tras una racha de derrotas. Debería ser una victoria fácil para él en este nivel, pero cuando en la final se ve obligado a enfrentar a “Patrick Zweig” (Josh O’Connor), su viejo amigo, pareja y contrincante -en el tenis y en el romance-, de repente todo está en juego sobre la cancha, con cada punto a favor o en contra adquiriendo un mayor significado del que vemos en el marcador.
Las circunstancias que amarran a estos tres atletas las vamos descubriendo mediante un ingenioso uso de flashbacks, intercalados a través de 13 años de historia, que nos llevan del pasado al presente y viceversa al compás de una bola de tenis rebotando de un lado al otro de la cancha. El libreto de Justin Kuritzkes (el primero de su autoría) utiliza este vaivén tanto para añadir contexto a la relación entre “Tashi”, “Art” y “Patrick”, como para ir aumentando progresivamente la tensión. Los flashbacks se van tornando más cortos y cercanos a la fecha en la que se desarrolla el desenlace, transformando la perspectiva del público cada vez que la acción regresa al partido crucial con el que arranca y culmina la trama. De hecho, hay un detalle tan significativo en una de estas ventanas al pasado, que de pasar inadvertida por el espectador, la efectividad del fantástico final no tendría sentido, así que eviten las carreras al baño si no quieren potencialmente arruinarse la experiencia.
Guadagnino se encarga de que el vigor que propulsa el largometraje sea el mismo independientemente del juego que esté filmando, ya sea este el de tenis o el de seducción. El estupendo soundtrack a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross, con sus pulsantes ritmos electrónicos -que por momentos evocan la banda sonora que compusieron para The Social Network- lo mismo puede usarse para acompañar el swing de las raquetas que para prácticamente ahogar una caldeada discusión entre los protagonistas al punto de hacer incomprensible lo que se gritan, porque el poder de Challengers rara vez está en las palabras. Este recae más bien en las acciones, tanto en las ejecutadas como en las omitidas. Las que el virtuoso cineasta italiano decide ejecutar -como cuando coloca la cámara debajo de los jugadores o incluso dentro de una pelota- lo hace con la más asombrosa y cinética intensidad. El resto, las deja en manos de su fabuloso elenco.
Zendaya, Faist y O’Connor manejan las efusivas emociones que surgen de este triángulo amoroso, a veces con la característica madurez y complejidad que se esperaría ver en un clásico romance entre tres de Éric Rohmer, pero mayormente con la clase de mezquindad que no estaría fuera de lugar en un burdo reality show tipo Love is Blind (o supongo que ese otro que ahora mismo está bien pega’o en la televisión local y demasiados de ustedes continúan viendo semanalmente). Para Zendaya, el filme -en el que comparte crédito como productora- sirve como un tipo de graduación de la adolescencia a la adultez, porque a pesar de tener 27 años, la talentosísima actriz lleva años atrapada interpretando personajes de high school. El papel de “Tashi” le permite encarnar a una joven de 18 años, así como a una mujer de treinta y pico, además de ofrecerle la oportunidad de expresar una sensualidad que hasta ahora yacía durmiente en sus trabajos cinematográficos.
El erotismo es aún más pronunciado entre Faist y O’Connor, cuya implícita bisexualidad le agrega otra dimensión al trío. A Faist le toca ser el más reservado e ingenuo de los dos, pero esto no le impide recordarnos por qué dejó tan buena impresión en el remake de West Side Story, donde su fantástica actuación secundaria -junto a la de Ariana DeBose- opacó a los insípidos protagonistas. Aquí sí encuentra un balance con sus dos colegas, particularmente O’Connor, con quien tiene una química irresistible. El actor británico -visto como el príncipe Carlos en la serie The Crown- se regodea ante el chance de poder encarnar a “Patrick” como un perfecto canalla. Es la clase de antagonista que da gusto odiar.
¿Dije “odiar”? Na’, no es para tanto. La verdad es que uno no detesta a nadie en Challengers. Uno podría no estar de acuerdo con cómo se comportan, con las constantes traiciones, manipulaciones y jueguitos mentales, pero los tres personajes llevan todos sus sentimientos y filosofía de vida a flor de piel. Ninguno entró en esta relación bajo falsas percepciones, así que verlos lidiar con las consecuencias de sus acciones es parte de la diversión. El filme es demasiado entretenido y termina en una nota tan rotundamente satisfactoria que es imposible salir de la sala de cine sin una sonrisa de oreja a oreja, ¿y acaso no es así que uno quisiera acabar todo encuentro íntimo?