Incandescente amor veraniego en "Call Me By Your Name"
El aclamado largometraje del director Luca Guadagnino convierte al joven actor Timothée Chalamet en una estrella.
Cuando se escuchan las palabras “I have loved you for the last time” en la melancólica canción de Sufjan Stevens con la que concluye Call Me by Your Name, el apasionado romance veraniego del director Luca Guadagnino aterriza con una tristeza que se asienta en los huesos y permanece ahí horas -incluso, días- después de ver la película, con el tiro final más memorable del 2017 quemado en la mente. Idilios fortuitos de esta índole se han visto en el cine un sinnúmero de veces, mas el tiempo en el que se desarrolla, así como los protagonistas -interpretados magistralmente por Timothée Chalamet y Armie Hammer-, hacen que la naturaleza temporal de su relación adquiera un sabor agridulce de carácter permanente.
Coescrita por el respetado cineasta británico James Ivory -adaptada de la novela homónima de André Aciman- la película captura la fogosidad de ese primer amor -intenso, carnal, pasajero e inolvidable- que deja una huella indeleble en todo enamorado. Esta arde en la estupenda actuación de Chalamet en el papel central como “Elio”, un joven en plena transición entre la adolescencia y la adultez que apenas comienza a descubrirse a si mismo cuando la llegada de un extraño a su vida revela deseos que escondía, o que quizás desconocía que estaban ahí. “Elio” recibe la visita de “Oliver” (Hammer), el alumno de su padre -un profesor de arqueología encarnado por Michael Stuhlbarg- que llega a pasar el verano en la villa de su familia en Italia, así como lo han hecho otros estudiantes en el pasado. Sin embargo, este es diferente.
Guadagnino les provee un delicado toque a los acontecimientos, dándole a la pantalla un baño de sol de verano que resalta los bellos paisajes italianos y hacen brillar aún más la lucidez de sus protagonistas.
El corpulento rubio captura la atención del joven al instante, aun cuando su relajada actitud -y lo que él percibe como esnobismo- pone a prueba su cortesía como anfitrión. Entre copas de vino, paseos en bicicleta y melodías de Bach y Debussy, surge una apasionada relación entre ambos. Para “Elio”, es la primera con otro hombre, pero el filme sugiere que no así para “Oliver”, quien es mayor que él por algunos años y al principio se muestra reacio a aceptar los impulsivos e insistentes acercamientos del joven. Su reacción denota el tipo de cautela que viene con la experiencia.
A pesar de que la trama transcurre a principios de la década de los 80, trayendo consigo los tabús de la época, estos nunca salen a la superficie. Esta no es una historia de dos homosexuales teniendo que esconder su amor. No hay desdicha, tragedia ni lucha por derechos, sino un amorío fugaz y voraz -como muchos otros- que resulta estar protagonizado por dos hombres.
Más que nada, es la historia de “Elio”, un adolescente con el que todo espectador debería poderse identificar independientemente de la orientación sexual. Sí, es un romance queer, pero Guadagnino y Ivory no hacen el largometraje acerca de eso. La especificidad de su enfoque no va ligada a la sexualidad, sino a los sentimientos, aquellos que emanan entre dos seres cuando se cruzan para compartir en la intimidad y el sexo da paso a caricias que calan más hondo que cualquier orgasmo. En “Elio” observamos un joven confundido -como todos- no por decidir a quién querer –ya sea “Oliver” o la jovencita con quien también explora sus deseos- sino por la manera y la intensidad con las cuales quererlos.
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La magnífica actuación de Chalamet nace de ese torbellino de emociones características de la edad, cuando el lema es “todo o nada” y aún andamos sin armadura, por lo que todo se siente a flor de piel... cuando queremos aparentar que no nos importa nada aun cuando no podríamos estar más vulnerables. El trabajo de Chalamet oscila entre estos polos, entre la soberbia que “Elio” manifiesta mientras intenta guardar distancia de “Oliver” y la tierna rendición de poder estar acostado junto él.
Hammer es igualmente hipnotizante en un papel que fácilmente pudo limitarse a ser un adonis, un simple objeto de adoración. El actor cambia constantemente con gran astucia entre dos modos de operar, respondiendo cariñosamente a los avances de “Elio” y destilando la madurez de un hombre más seguro de sí cuando la necesidad de su relación así lo requiere. Mientras, al margen, permanece Stuhlbarg, merodeando entre una escena y otra hasta que a través de un hermoso monólogo llega y se roba la película en menos de cinco minutos, haciendo de este romance, también, una singular lección acerca de lo que todos los padres queremos para nuestros hijos.
Guadagnino les provee un delicado toque a los acontecimientos, dándole a la pantalla un baño de sol de verano que resalta los bellos paisajes italianos y hacen brillar aún más el resplandor de sus protagonistas. Al igual que Brief Encounter e In the Mood for Love, el tiempo que los enamorados tienen para estar juntos es corto, por lo que el cineasta hace que cada instante entre ellos cuente. Los minutos finales no podrían ser más conmovedores y perfectos, permitiendo que los recuerdos de ese romance hablen por si solos proyectados en el rosto de para quien significaron todo –“todo o nada”-, incluso cuando el mismo invierno aún no ha podido apagar las llamas de ese irrepetible, entrañable, amor veraniego.