"Battle of the Sexes" sobresale en la intimidad
Emma Stone y Steve Carell interpretan esta comedia basada en la vida real.
Para ser una película que cae cómodamente dentro del típico “crowd pleaser”, Battle of the Sexes contiene una escena verdaderamente extraordinaria. La misma llega temprano en la narrativa, lejos de las canchas de tenis que figuran prominentemente en su argumento, en la cotidianeidad de un salón de belleza colmado de jugadoras de tenis que acaban de abandonar una liga profesional que se rehusaba a igualar el premio en metálico de las mujeres con el de los hombres.
El filme de los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris (Little Miss Sunshine) se basa en el partido que en 1973 se jugó entre la número uno del mundo, Billie Jean King, y el excampeón Bobby Riggs, un evento convertido en circo mediático, propiciado por el propio Riggs –un apostador compulsivo quien hacía años había desaparecido del ojo público- e impulsado por la creciente ola de la liberación femenina que arropaba a la nación estadounidense. Esa es la historia que película desea vender, y lo logra competentemente, siguiendo la receta para confeccionar un “sports movie” común sin salirse de los márgenes.
Interpretado por Emma Stone y Steve Carell en los papeles protagónicos, el libreto de Simon Beaufoy (127 Hours, Slumdog Millionaire) le ofrece a cada uno sustancia suficiente como para desempeñarse cabalmente en pantalla. Para Carell, la tarea es bastante sencilla, considerando que Riggs era un payaso que necesitaba ser el foco de atención, y el veterano comediante sabe cómo encarnar ese personaje con los ojos vendados. Stone, por su parte, realiza un buen trabajo con la imagen pública de King, pero es en las escenas más íntimas donde verdaderamente brilla, como por ejemplo, la mencionada anteriormente.
Entre el sonido de los secadores de pelo, la televisión y el bullicio típico de un “beauty”, hace su aparición el corazón de la trama en el romance secreto que surge espontáneamente entre King y Marilyn Barnett, una estilista interpretada por la excelente Andrea Riseborough, el arma secreta y la actriz más sobresaliente dentro del elenco. Filmada en planos cerrados –al igual que la mayoría del largometraje-, Dayton y Faris crean una atmósfera cargada de sensualidad que parece detener el transcurso del tiempo. Stone y Riseborough se encargan de encender la mecha, y lo que se proyecta en pantalla es pura magia. La química entre ellas resulta tan asombrosa que uno desearía que la película entera hubiese sido de su relación, pero no es así.
El partido, así como sus preparativos, son el plato principal, y si desconoce el resultado del mismo, le recomiendo que no lo averigüe. Se disfruta más así. Pero independientemente del final histórico, lo cierto es que Battle of the Sexes se siente claramente como una película que quería estrenar en otra realidad, y no en la que se vive actualmente en Estados Unidos. Desde el tono igualitario que impera en su narrativa hasta literalmente la última línea del libreto, es evidente que este proyecto arrancó cuando muchos creían que el país tendría a su primera mujer presidente. La emotividad de los minutos finales podría provocar que se derrame una lágrima. Que esta sea una de tristeza o alegría dependerá de cada espectador.