"Alien: Romulus": En el espacio, nadie puede oírte imitar
La franquicia de ciencia ficción escarba en su propia historia en esta pasable entrega que busca reavivar el futuro de la serie mirando exclusiva y paradójicamente hacia su pasado.
Una de las cualidades que distinguía a la serie de Alien, y que a su vez contribuyó a mantenerla fresca e interesante por más de cuarenta años, es que cada uno de los cineastas que se sentaron en la silla del director se esmeraron por hacer algo distinto con ella: Ridley Scott estableció los cimientos con su estremecedora película de terror en el espacio (Alien, 1979); James Cameron nos deslumbró con su espectacular énfasis en la acción (Aliens, 1986); David Fincher hizo su debut en el cine realizando el equivalente a un crudo drama carcelario espacial en el que se exploró el duro proceso de duelo (Alien 3, 1992); y Jean-Pierre Jeunet se concentró en mostrar los horrores de la clonación justo cuando la oveja Dolly se convertía en noticia (Alien: Resurrection, 1997). Incluso cuando Scott regresó a la franquicia con las infravaloradas Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017) -las primeras dos partes del prequel trilogy que, lamentablemente, nunca se le permitió completar-, el artista inglés no se conformó con repetir la fórmula, prefiriendo perseguir a Dios y los cuestionamientos existenciales. Independientemente de que hayan sido exitosos con sus respectivas propuestas (este servidor opina que lo fueron, a mayor o menor grado), a ninguno se le puede acusar de reciclar lo que hizo el anterior. Es por esto que resulta un tanto frustrante el que Fede Álvarez haya optado por hacer exactamente eso con Alien: Romulus, una secuela/precuela que funciona como una amalgama de todas las anteriores.
En su inútil necesidad por servir de puente entre las entregas del siglo 20 y las del siglo 21, el libreto de Álvarez y su fiel colaborador, Rodo Sayagues, no deja espacio para que ellos puedan implantar su propia huella hasta muy tarde en el tercer acto. Prácticamente todo lo que ocurre en este filme ocurre porque lo vimos en otro. Desde los androides disfuncionales, hasta las aberrantes mutaciones genéticas y las culminantes cuentas regresivas, Romulus es tan reverente a los éxitos del pasado -al extremo de desvergonzadamente repetir la frase más famosa de “Ripley”- que produce una experiencia similar a la de ver tocar a una banda tributo. Y sí, uno puede disfrutarse mucho una imitación, pero al final estas siempre conducen a evocar la memoria de la original. Dicho eso, aun cuando el largometraje no logra escapar la percepción de ser poco más que un facsímil, la “agrupación” que lidera Álvarez es una muy talentosa, y gracias a esto la cinta se mantiene relativamente llevadera.
La trama se desarrolla 20 años después de los hechos de Alien, donde seguimos los pasos de “Rain” (Cailee Spaeny), una obrera de la vil compañía Weyland-Yutani, encargada con esparcir el capitalismo a través de las galaxias. La joven cree haber cumplido con su sentencia contrato, pero la corporación le duplica arbitrariamente las horas de trabajo, por lo que tendría que regresar a las mismas minas que cobraron las vidas de sus padres. Hastiada de vivir como esclava, “Rain” se une al plan de otros jóvenes trabajadores de robarse unas cápsulas de congelación criogénica que les permitirán escapar a otro lejano planeta. Desafortunadamente, ellos desconocen que estas están guardadas en los restos de una estación espacial donde hace unos años experimentaron con el xenomorph que “Ripley” expulsó de su nave al final de Alien, consiguiendo crear decenas de los “facehuggers” que pudieran preñarlos con los letales extraterrestres. Se podrán imaginar lo que pasa.
Ciertamente la premisa es atractiva, y al principio todo apunta a que estaremos viendo uno de los mejores filmes de la serie. El diseño de producción de Naaman Marshal -quien pone a buen uso lo aprendido en Underwater, otra película derivada de Alien- es absolutamente estelar, capturando la estética análoga del futuro de los años 70 y 80 a la perfección. Junto a la tenebrosa banda sonora de Benjamin Wallfisch -que invoca las notas de la clásica partitura del maestro Jerry Goldsmith- y el fantástico diseño de sonido que reproduce cada ruido de los distintos aparatos, la impecable ambientación sumerge al espectador en la realidad de este universo, estimulando la memoria de quienes hemos sido fans por las pasadas cuatro décadas, sin tener que recurrir a la nostalgia barata. Al menos hasta que el libreto decide resucitar literalmente a los muertos.
Mucho se ha discutido en los últimos años sobre la moralidad de revivir actores fallecidos a través de efectos especiales. Personalmente lo encuentro morboso. Por razones que no tienen ninguna otra explicación que el mero fan service, Álvarez decidió recurrir a esta práctica para traer de vuelta a un actor que, primero, no era necesario para esta historia y, segundo, ni siquiera lo hizo para que interpretase el mismo personaje. Es aquí donde Romulus empieza a patinar, porque para colmo no se trata de un pequeño cameo, sino de apariciones recurrentes que interrumpen la trama en múltiples ocasiones para proveer exposición y atar los cabos entre Prometheus, Covenant y el resto de las cintas. La decisión es aún más perpleja ante el hecho de que la película contaba con un actor que está actualmente vivo y que hubiera sido perfecto para realizar la misma función: David Jonsson, como el androide “Andy”, el hermano de crianza de “Rain”, a quien se le da la oportunidad de interpretar dos variaciones del mismo personaje y sobresale fácilmente dentro del elenco con su acertada actuación.
El excelente trabajo de Jonsson se suma al de Ian Holm, Lance Henriksen, Winona Ryder y Michael Fassbender como otros sintéticos que hemos visto en este mundo y que, por lo regular, terminan siendo de los personajes más memorables. En cuanto al resto de reparto de Romulus, la mayoría solo están ahí como carne de cañón para los xenomorphs y la otra es Spaney como “Rain”, que si bien su papel no está escrito lo suficientemente bien como para ser tan siquiera la sombra de la “Ripley” de Sigourney Weaver, su utilidad protagónica resulta aceptable y funcional. Lo mismo se pudiera decir de la dirección de Álvarez, quien entre la marejada de tributos y guiñadas al pasado, consigue hacer hueco para una que otra secuencia en la que podemos ver su don para provocar terror. El cineasta uruguayo detrás del tremendo remake de Evil Dead sin duda era y continúa siendo un candidato ideal para reavivar la serie de Alien en la pantalla grande. Si a Romulus le va bien, no sería insensato pensar que lo podríamos tener de vuelta en una secuela, preferiblemente despojado del impulso de celebrar la labor de sus predecesores y dispuesto a hacer exclusivamente lo que él sabe hacer muy bien.
¡Excelente escrito!
Muy bien desarrollado y cada punto que tocas sobre el filme en su respectivo lugar.