Las 10 mejores películas del 2018
Estos diez largometrajes son tan solo una muestra de los tremendos trabajos que se proyectaron este año en el cine.
Desde un tesoro cinematográfico que se creía perdido hasta los recuerdos de la infancia de uno de nuestros mayores cineastas contemporáneos, el 2018 estuvo colmado de buen cine. Tanto así, que tuve que hacer dos listas de lo mejor que vi este año para poder rendirle tributo a las películas que más me entretuvieron, cautivaron y conmovieron en los pasados 12 meses.
Mención honorable
The Other Side of the Wind
Debatí por un tiempo si debía incluir esta película entre los mejores estrenos del 2018. En efecto es elegible, pues aun cuando se filmó intermitentemente durante la primera mitad de la década del 70, no estrenó hasta este año en Netflix. Sin embargo, el filme no fue completado por su director, el gran Orson Welles, sino por terceros, entre ellos el actor y director Peter Bogdonovich, quien no solo coprotagoniza el largometraje, sino que además fue un protégé de Welles. Bogdonovich y compañía trataron de mantenerse fieles a las intenciones del cineasta detrás de Citizen Kane -entre otros clásicos-, mas nunca sabremos si lo que terminó en pantalla habría sido del agrado de uno de los auteurs más impredecibles y radicales del séptimo arte. Welles nunca dejó de innovar, y su último trabajo no fue la excepción. En él convergen el “old” y “new Hollywood”, y a través de este choque generacional realiza una interesante reflexión sobre el medio y su filmografía, así como de la misma industria que lo llevó a la cima y luego acabó dándole la espalda. Ver su última obra es como aprender a ver cine nuevamente. Considero que mi lista de lo mejor del año estaría incompleta sin dedicarle al menos una mención.
10. Support the Girls
“Maybe it’s not gonna be OK”. Las palabras se escuchan en la escena final de este largometraje del director y guionista Andrew Bujalski, y no podrían definir mejor estos tiempos tan inciertos en los que vivimos. Las mismas se expresan por una de las tres protagonistas -empleadas de un restaurante tipo “Hooters”, en los que los escotes de las meseras son el mayor atractivo para su clientela - en un momento de brutal honestidad en el que se acepta la desesperanzadora realidad, esa que se deja ver cuando el “palantismo” y el mensaje positivo que se comparte en Facebook ya no da para más. Las frustraciones del trío de mujeres se transforman en gritos, dirigidos hacia nadie, exclamados hacia nada, pero necesarios para poder completar la semana y sobrellevar la próxima serie de obstáculos que seguro están a la vuelta de la esquina en el día a día de la clase media trabajadora, exenta de esa catarsis que solo se ve en los “feel-good movies”. Pero la película también puede ser muy graciosa, sin nunca dejar de ser agridulce. La pluma de Bujalski tiene el oído bien puesto en las dificultades que impactan a este sector de la sociedad, particularmente a las mujeres, que la tienen más difícil aún, y su excelente reparto -liderado por la genial actuación de Regina Hall- hace que el trago que sirve no sepa tan amargo.
9. Suspiria
El director Luca Guadagnino siempre fue enfático en decir que esto no sería un mero remake del clásico de Dario Argento, sino más bien un homenaje a las emociones que este le hizo sentir cuando lo vio por primera vez. El resultado de su reinterpretación de uno de los filmes más influyentes del género del horror fue probablemente el estreno que más dividió a los críticos en el 2018, una obra que nos exige amarla u odiarla. Nada de puntos medios. Independientemente del sentimiento que provoque en cada espectador -en mi caso, desde la atónita fascinación hasta el más intenso terror-, Guadagnino da cátedra de su versatilidad detrás de la cámara. Cuesta trabajo aceptar que este es el mismo cineasta que nos dio I Am Love y Call Me By Your Name. Su versión de Suspiria va más allá de los simples espantos, impactantes imágenes y una memorable banda sonora, aunque contiene las tres, la última a cargo de Thom Yorke. En ella aborda monstruosidades más cercanas a la realidad, como el fascismo que hiberna entre nosotros -y que amenaza con despertar en cualquier momento-, así como el milenario abuso de las mujeres y las dolorosas verdades que ellas expresan y se despachan como locuras. En manos de Guadagnino, la danza se convierte en un acto de rebeldía, un violento atentado contra el patriarcado que deja la pantalla bañada en sangre.
8. Minding the Gap
Las cuantiosas virtudes de este documental -ópera prima del joven Bing Liu, uno de sus tres sujetos-, trascienden la empática y melancólica narrativa que armoniosamente teje al exponer el crecimiento de tres amigos, desde la adolescencia hasta la adultez. Lo verdaderamente milagroso de esta propuesta cinematográfica es cómo nos hace testigos de la formación de un documentalista innato, adueñándose del formato para traer a la superficie los latentes traumas del pasado. Esto ocurre orgánicamente ante nuestros ojos mediante una meticulosa edición de vídeos profesionales, pero mayormente caseros -captados con todo tipo equipo, desde “camcorders” hasta celulares, GoPros y cámaras réflex- en los que observamos la evolución del propio Liu, como hombre y como cineasta. El novel director realiza un ejercicio similar al hecho por Richard Linklater en Boyhood pero partiendo de su realidad y apuntando el lente hacia sí mismo y sus dos mejores amigos. A los tres los une su pasión por correr patineta y sus respectivas crianzas en hogares sumidos en un patrón de maltratos domésticos. Liu utiliza la cámara como bisturí, reabriendo las cicatrices más profundas para indagar en los dolorosos efectos y repercusiones, y también a modo de escudo, necesario para entrevistar a fuentes como su madre, una de las víctimas del ciclo de violencia. Su norte no es tanto contestar los “por qué”, sino en alcanzar un estado emocional que le permita poder parar de hacerse esa pregunta.
7. Cold War
Cada toma de este turbulento romance del director Pawel Pawlikowski es una obra de arte en sí misma. La extraordinaria cinematografía de Lukasz Zal me dejó sin aliento en más de una ocasión, desde los paisajes campestres iluminados por el sol hasta los rincones más oscuros de un antro nocturno en las ruinas de la Polonia comunista post Segunda Guerra Mundial. Juntos, los cuatro ojos de estos excepcionales cineastas son un poderío insuperable en lo que respecta a la composición de tiros, encuadrados de la misma manera que ambos lo hicieron en la célebre Ida, en espléndido blanco y negro y formato 1.33. Sus aciertos estéticos son igualados por las actuaciones de Tomasz Kot y -especialmente- Joanna Kulig como una pareja de músicos envueltos en una contenciosa relación de constantes altas y bajas, hecha aún más difícil por las circunstancias de la Guerra Fría. En apenas 90 minutos, Pawlikowski nos hace sentir cada suspiro y deseo de este idilio contado a través de décadas de monumentales cambios políticos, con el amor como la única y gran constante. Eso y la estupenda música que siempre los acompaña.
6. First Man
Aquí voy a dejar que alguien con absoluta autoridad y muchísimo mayor conocimiento cinematográfico que yo hable por mí: “Al equiparar nuestros momentos humanos más íntimos con la gran aventura, la película no disminuye lo cósmico, sino que eleva lo terrenal. Nadie puede conocer los pensamientos de Neil Armstrong mientras pisaba la Luna, pero Chazelle se compromete, y la intimidad de su interpretación es plausible y resonante. Confiamos, de hecho, exigimos este compromiso de nuestros mejores narradores, y Damien Chazelle no nos decepciona. Se ha atrevido a hacer una película introvertida sobre el momento más extrovertido en la historia del mundo”. Esas fueron las palabras del director Christopher Nolan en su tributo al filme, publicado en Variety. Como dije en mi crítica, considero que es el mejor largometraje de Chazelle. La inmensidad de pisar la Luna se siente minúscula al lado del significado del íntimo momento con el que cierra la película. ¿El aterrizaje lunar? Está allá arriba con las secuencias que dirigió Kubrick al compás de El Danubio Azul en 2001: A Space Odyssey. Sospecho que en algunos años será revaluada, y muchos de los que hoy la despacharon como un trabajo menor o la ignoraron por completo, mirarán hacia atrás y reconocerán que esta fue la gran obra del director de La La Land.
5. Mandy
Cualquier película que contenga una escena de Nicolas Cage encendiendo un cigarrillo con la cabeza decapitada de un demonio infernal merece una posición en mi Top 10, en este o cualquier otro año. Entiendo perfectamente a toda persona que rechace la mera existencia de esta demencia alucinógena del director Panos Cosmatos. Su letárgico ritmo narrativo, trillado arco de venganza y drogada propuesta estética no es para todo el mundo. Ningún filme lo es. Sin embargo, para aquellos que piensen así, sé que todo esto es cuestión de opinión, pero sepan están mal. El segundo largometraje del director canadiense no podría estar hecho más a la medida para mí, bañado en neones ochentosos, protagonizada por Cage con su característico “Cage Rage” elevado a la enésima potencia -pero también dejando ver su lado más vulnerable-, privilegiado por una hipnótica actuación de la siempre sensacional Andrea Riseborough, una banda sonora de ensueño compuesta a base de sintetizadores a cargo del fenecido genio musical Jóhann Jóhannsson, y -para completar- un cameo de Bill Duke. O sea... Las portadas de miles de álbumes de heavy metal cobran vida en pantalla a través de esta sencilla historia de un hombre que pierde lo único que lo hace levantarse de la cama cada mañana y en la que Cosmatos lo mismo aborda las mezquindades del ego masculino que nos deleita con un duelo de sierras eléctricas. ¿Qué más se puede pedir?
4. First Reformed
Tal fue el nivel de ansiedad que me produjo esta soberbia obra del incomparable Paul Schrader que no me he atrevido a darle un segundo vistazo desde que la vi a mediados del año, pero me bastó con verla esa vez para saber que acabaría en esta lista. En una de las mejores actuaciones del año, Ethan Hawke se entrega plenamente a su interpretación de un sacerdote que ve los cimientos de su fe violentamente sacudidos tras una serie de adversidades, tanto personales como universales, particularmente el cambio climático y los tétricos pronósticos que todos parecemos muy cómodos en ignorar. El guión de Schrader podría leerse como una secuela espiritual a su Taxi Driver, con “Travis Bickle” convertido en el protagonista de Diary of the Country Priest -de Robert Bresson- trasplantado al escenario y crisis que atraviesa el cura de Winter Light, de Ingmar Bergman: un hombre desesperado en busca de propósito y razón en un mundo que parece haber abandonado ambos. First Reformed no tanto pone en duda la existencia de Dios, sino que cuestiona de qué sirve creer en él en estos tiempos de tanta incertidumbre. La pregunta queda colgando en el aire mientras los créditos aparecen en pantalla tras el radical desenlace. Ni Dios ni el filme ofrecen respuestas. En busca de una, encontré esta cita de Schrader -un cristiano de toda la vida-, que no podría ser más característica de su persona. Tampoco responde nada, pero me parece que resume el filme perfectamente: “If it’s all in God’s hands, it doesn’t matter whether I fuck you from the front or from the back.”
3. The Rider
Se necesita de un don especial para tomar personas sin experiencia histriónica y ponerlas a actuar ante a las cámaras, y la directora Chloé Zhao lo posee con creces. Observe cómo captura con su cámara la manera como su protagonista, Brady Jandreau, amansa a un caballo dentro de un corral. La gentileza con la que se le acerca, el tono de voz con el que le habla, los sutiles movimientos que realiza para tranquilizar al equino hasta finalmente montarlo. El mismo acercamiento es exhibido por Zhao en su dirección de este material, un híbrido entre el documental y la narrativa de ficción, en el que rodea a Jandreau de sus familiares y amigos para extraer de él una interpretación cargada de realismo y profundamente conmovedora. Al igual que su personaje, el joven vaquero sufrió una fractura craneal que casi le cuesta la vida mientras montaba un caballo salvaje en el rodeo. El argumento de Zhao parte de la pregunta, ¿qué haces cuando ya no puedes hacer lo que más amas en la vida? Brady y el filme luchan con este dilema, encontrando tristeza y resignación adonde quiera que mira, sentimientos contrastados por la sublime dirección de Zhao a través de la luz natural del llamado “magic hour” -aquella que se observa durante el alba o el atardecer- que le da a la cinematografía un toque celestial que traen a la mente los primeros largometrajes de Terrence Malick. En fin, una pieza cinematográfica preciosa, llena de calor humano y sueños truncados.
2. Burning
La tristeza y la soledad son el combustible que hace arder las llamas que acaban consumiendo a los tres protagonistas de este cautivante filme del director surcoreano Lee Chang-dong. Su adaptación del cuento “Barn Burning” de Haruki Murakami gira en torno a un muchacho de escasos recursos -interpretado Yoo Ah-in- cuya atracción por su compañera de la infancia (Jeon Jong-seo) se ve coartada cuando ella regresa de un viaje emparejada de un hombre desconocido y adinerado, encarnado por Steven Yeun, en uno de los papeles más memorables del 2018. La desigualdad económica se mezcla con la impotencia, la rabia y el sentimiento de emasculación, abriendo las puertas a un misterio que se implanta como un virus en la mente del protagonista hasta convertirse en una obsesiva compulsión que impulsa todas sus acciones. Un excepcional thriller psicológico cocinado a fuego muy, muy lento, que Chang-dong deja marinar hasta que el resentimiento, los deseos reprimidos y la masculinidad tóxica alcanzan su punto de ebullición en un impactante final que llega como un golpe al estómago. Meses después de verla, Burning continúa ardiendo en mi memoria.
1. Roma
Tan íntima como épica, la película de Alfonso Cuarón es un lírico recorrido a través de los recuerdos del director mexicano, transportándonos al Distrito Federal de su infancia para rodearnos de las imágenes y sonidos que ahora plasma en pantalla con abrumadora belleza y precisión técnica en una invitación abierta a perdernos dentro de ellos. En menos de un mes ya la he visto tres veces, y cada viaje de vuelta a ella me sorprende con nuevos detalles que no noté en la vez anterior. Cosas como dos pequeños astronautas, uno con su nítido traje seguramente adquirido en una tienda, y otro de la misma estatura, en un lugar tan remoto y desigual al primero que podría ser en otro planeta, explorando calles hechas de lodo con un casco creado de una caja de cartón. Cuarón presenta dos caras de México: la de su infancia y la que en aquel entonces probablemente desconocía que existía. La inmensa brecha entre los que tienen mucho y los que tienen poco solo se ha ensanchado desde entonces, pero en el magnético rostro de su protagonista, Yalitza Aparicio, encuentra el puente que le permite trasladarse de un lado al otro. Sin mediar muchas palabras, el cineasta expresa un profuso caudal de sentimientos y emociones, a veces contradictorios, pero que reflejan la auténtica visión de un artista consciente de su posición privilegiada, y que ahora siente la necesidad de rendirle el más hermoso homenaje a la mujer que lo quiso incondicionalmente, como si fuera su propio hijo. Por todo esto y mucho más, Roma es la obra maestra de Cuarón, y el mejor estreno del año.